ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
Esta semana fue el primer aniversario luctuoso de Huesos y, desde luego, no pude evitar sentirme un poco triste y melancólico. Algunas veces, quiero que esté con nosotros, sentada en su espaciosa cama individual, herencia de sus compañeros salchichas, con su mirada silenciosa y su nariz elevada, con un poco de elegancia. Algunas veces, agradezco que no lo está, porque implicaría extender las dolencias y los malestares derivados de su enfermedad. Era paciente renal, aunque su enfermedad jamás le hizo perder esa energía y esa ternura con la que veía a quienes estaban cerca. En su universo.
Recuerdo cuando supe de su diagnóstico y me advirtieron que estaba por venir su encuentro con la muerta, me sentí intimidado, además de vulnerable. Saber que su partida era un porvenir me hizo tomar otro rumbo: abandonar la angustia de esa certeza incierta y acercarme a ella, no como un paciente terminal, sino un miembro más de la familia. Me acerqué tanto como para ver el universo que hay en esos centímetros de largo, ese pelaje blanco y esa cola larga y delgada. Ver su universo, cómo mira al mundo y nos miraba, me permitió entender el profundo amor y la misma vida, que aún brillaba entre nosotros (como familia). ¿Qué dirección debía tomar si los años con ella, en los espacios que compartimos, me mostraron que pertenecíamos a la vida y la naturaleza, no la vida y la naturaleza al ser humano?, ¿debía escoger ese camino utilitario y enajenante de ver a otros seres vivos como inferiores cuando el universo y la naturaleza nos grita que somos parte de ellos?
Ahora bien, la melancolía con la que miro el pasado hace sentirme vulnerable, aunque ese sentimiento pronto despierta una potencia que no creía en mí. Es decir, una fuerza con la cual, más allá del dolor y la tristeza, me recuerda la enormidad de la vida, haciéndome tomar consciencia de agradecer por los espacios y el amor. Una fuerza que me hacía sentir Huesos cuando estaba en su universo, en su forma de apreciar y vivir el mundo. Esa profundidad afectiva hacía renovar la fuerza. Más bien, hacía recordarme que aquí estamos de manera efímera y el dolor también lo era.
¿Qué pensar en este primer año? Sin duda, pienso en ella y recuerdo, aunque al principio no fue así, que su ausencia no es un vacío, porque en sí aún está presenta, en la experiencia y en los recuerdos. ¿Cómo fue al principio? No lo quiero recordar, por las dificultades emocionales y los procesos que viví, aunque al final hubo un profundo agradecimiento. Aunque su fallecimiento me hizo repensar a la muerte misma, como una vieja amiga que estuvo presente cuando uno nace y al final viene a invitarnos a su casa para tomar el té.
El problema con los perros y los gatos es que no son para siempre, que su acompañamiento es solo un espacio, que en su momento parece una eternidad, a pesar de que en el futuro, tras si partida, podría parecernos un suspiro. El problema con esta mirada, es decir, ver su presencia como un suspiro es contar el tiempo y vivirlo en términos de segundos, horas, meses y años, pero no en experiencias, afectos y aprendizajes.