MOISÉS OROZCO FRAUSTO
Muchos analistas consideran que la tensión existente entre EE. UU. y aliados en contra del bloque de los BRICS, encabezado por China, podría bien definirse como una segunda Guerra Fría. Si algo definió la primera edición de este conflicto entre potencias fue la implementación de guerras proxy.
Una guerra proxy es un conflicto armado en el cual las partes involucradas no luchan directamente entre sí, sino que utilizan terceros grupos o estados para llevar a cabo el combate en su nombre. En otras palabras, dos o más fuerzas externas apoyan a diferentes facciones dentro de un país o región para alcanzar sus propios objetivos estratégicos, políticos o económicos sin enfrentarse directamente.
Estas guerras pueden tomar diversas formas, incluyendo el suministro de armas, entrenamiento militar, financiamiento y apoyo logístico a grupos rebeldes, milicias, facciones étnicas o gobiernos títeres. A menudo, las potencias externas detrás de los grupos enfrentados tienen intereses antagónicos, y el conflicto en sí mismo se convierte en una manifestación de sus rivalidades geopolíticas.
Las actuales coordenadas de integración comercial hacen que una guerra total entre potencias sea un escenario económicamente apocalíptico, por lo tanto, las guerras proxy han retomado preponderancia en el tablero de los conflictos internacionales. De ello tenemos varios ejemplos.
Los ataques que los hutíes están realizando a barcos de origen occidental en las costas del Mar Rojo son un claro desafío por parte de Irán, utilizando a los rebeldes yemeníes, a los intereses económicos de Estados Unidos en la región. El encarecimiento del transporte marítimo no hace más que abonar a la inflación estadounidense y europea.
Por su parte, la Guerra de Ucrania es una forma en que la OTAN está intentando debilitar a Rusia. Al ofrecer apoyo económico, material y de instrucción a los ucranianos, los del Atlántico Norte se pueden permitir enfrentar de forma indirecta a Moscú, evitando así una confrontación entre potencias nucleares.
El conflicto proxy que más nos afecta, además de ser el más oculto en sus intenciones directas, es el que hay entre EE. UU. y China, y que tiene como teatro de operaciones el territorio mexicano. El tráfico de fentanilo se está convirtiendo en la venganza de la Guerra del Opio que sufrió el gigante asiático por parte de los anglosajones en el siglo XIX.
Con el poder que el Estado chino puede ejercer sobre su territorio, es difícil creer que no puedan evitar la exportación irregular de precursores de fentanilo a los puertos del Pacífico mexicano. Esto se vuelve aún más sospechoso cuando vemos los graves estragos sociales, económicos, sanitarios y políticos que la crisis de opioides está causando en el vecino del norte. Usando a los carteles mexicanos, China ha abierto un inesperado frente de combate justo a las puertas del imperio.
Durante el siglo XX, Estados Unidos se la pasó desestabilizando el mundo y asegurando sus intereses con guerras proxy. Observar cómo ahora son ellos quienes empiezan a desangrarse por las múltiples heridas que este tipo de conflictos les infligen nos recuerda que la forja de la historia se hace en el yunque de la ironía; es una tragedia que seamos nosotros el sufridero en que reposa ese yunque.