ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
En la infancia no había un personaje más temido que “el viejo de la danza”, algunos lo veíamos con el horror de quien enfrenta a un perro bravo que pela los colmillos. Este singular miembro de los matlachines viste ropa desgarrada, porta un látigo que aporrea contra el suelo, calza huaraches y en su rostro la máscara de un demonio de hule, madera o pintura; su rol consiste en representar la maldad a la que vencen los devotos que danzan, entre paso y paso persigue a los niños, le grita a las niñas, hace resonar sus maracas, matracas o cascabeles. Bajo la pintura en su rostro no hay sino un hombre, otro cualquiera que degustará el mole y el arroz una vez que el ritual finalice y el demonio terrible se esfume de su piel y de su carne.
La máscara ocupa un lugar de máxima importancia en la mayoría de culturas originarias y en las tradiciones populares alrededor del mundo; la máscara es posesión e introyección del mundo mítico, a la persona le permite difuminarse con la deidad y a las potestades vestir la piel humana para concretar sus planes mundanos. Cuando la máscara se crea con pintura sobre el rostro cumple una función comunicativa semejante: la cara se transforma en un texto, luego expone lo que es aquel que está detrás del color y las formas. Para la cultura seri, la pintura facial expone y honra a los hermanos muertos en las guerras y también es la sangre que hermana a los miembros de la etnia.
Marbella Melo es una artista cuya obra evoca la ausencia, el silencio, la calma y el detalle aislado, son algunos de los elementos que componen sus piezas. En la superficie crece solitario un oso de metal, la copa protagoniza una mañana luminosa y en calma, el reloj de arena espera resignado a cumplir otra hora de dulce eternidad. Su paleta presenta colores fríos, no hay saturación, no hay exacerbados protagonismos, la artista parece ilustrar el murmullo y el secreto compartido, el viaje que el espectador emprende con su trabajo es al fondo del caos, donde todavía la espina del dolor no se ha enterrado, cuando la tormenta se gesta desde la fina briza y el aire nostálgico. Al apreciar parte de su cuerpo de obra me produce cierta asociación, no sé si consiente, con el trabajo de la también artista Joy Laville, esos tonos suaves, esas mujeres solitarias, serias, quizá afectadas por una melancolía ya asimilada de sufriente resignación.
La pieza escultórica “Mujer y pez” modelada con barro rojo zacatecano, representa una cabeza de mujer con los ojos entornados y los labios a punto de beso, lleva pintura facial muy similar a los diseños seris, en la cabeza escamas que también parecen formas vegetales y en la cuesta como remate una cola de pez. Esta obra de Melo también es sobria, sosegada, más que una hibridación es una deidad, una diosa marítima que evoca el poder de la corriente y los misterios de las profundidades oceánicas. Al contemplarla nos vemos expulsados al rio subterráneo, a la laguna sentimental, al océano turbulento de las emociones ateridas, cuando el llanto cede a la calma y reconocemos a la mar como nuestra madre, ¡oh, la madre mar!
Autora: Marbella Melo
Técnica: barro rojo, cocido
Medidas: 40 cm x 25 cm
INSTAGRAM: @marbellamelo