DANIELA ALBARRÁN
Hace algunos años leí La dependienta, de la escritora japonesa Murata Sayaka, que narra la historia de Keiko, una mujer que desafía el estereotipo del «ser mujer» y cuestiona temas fundamentales como el ser, el estar y el quehacer humano. La novela aborda aspectos como el trabajo y lo que hacemos para sostener nuestras vidas. Recientemente, al leer La vegetariana de la escritora surcoreana Han Kang, no pude evitar relacionar a las protagonistas de ambas historias, pues considero que ambas se cuestionan temas similares.
No pretendo comparar las dos obras, pero reflexionar sobre La dependienta me ayudó mucho a interpretar La vegetariana. Yeonghye y Keiko son dos mujeres que, tras vivir alienadas en un sistema capitalista, voraz y machista, toman la decisión de separarse, de renunciar a ese sistema.
Yeonghye, después de sufrir pesadillas recurrentes, decide dejar de comer carne con la esperanza de que sus sueños desaparezcan. A primera vista, uno de los temas más evidentes parece ser la compasión animal: el vegetarianismo como un acto de cuidado hacia otras especies. También se aborda la violencia, pues tanto su esposo como otros personajes la abusan. Su hermana, igualmente, vive en un contexto de abuso constante. Sin embargo, considero que estos son temas que rodean la novela; el núcleo de la obra es, en mi opinión, la renuncia.
La primera renuncia de Yeonghye es evidente: dejar de comer carne. Pero ese acto inicial también implica renunciar al placer, no sólo al placer de consumir carne, sino al de disfrutar algo sabroso. Más adelante, esa renuncia se extiende al acto de comer en absoluto.
Esta renuncia se intensifica y se vuelve cada vez más radical. Por ello, la escena en la que su familia intenta forzarla a comer es tan significativa: Yeonghye se niega. Comer en compañía es uno de los mayores símbolos de convivencia, y al rehusarse a hacerlo, ella rechaza no sólo la comida, sino a todo aquello que nos convierte en seres sociales: la convivencia con otros seres humanos.
Luego de estas dos renuncias fundamentales —lo social y lo humano—, llega la renuncia al cuerpo, la más prolongada y compleja. Yeonghye deja de comer, intenta suicidarse, pero los demás le impiden llevar a cabo su decisión. Como ella misma reflexiona: “Tu propio cuerpo es lo único a lo que le puedes hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer”. En este punto, Yeonghye no parece buscar la muerte como tal; no creo que el tema sea el deseo de morir, sino el cansancio de ser humana. Ella está agotada de intentar encajar en cualquier sistema que la defina como tal y busca algo más: una existencia vegetal.
Esto me resulta fascinante: no querer morir —o quizá sí—, pero desear dejar de ser humana. ¿Por qué no nos cuestionamos nuestra condición como especie? Sé que puede sonar absurdo, y no estoy sugiriendo que quien desee ser gato actúe como uno. Sin embargo, nuestra humanidad nos limita a lo humano. El lenguaje y el raciocinio nos definen, pero ¿qué pasa si alguien no quiere cumplir con ese rol?
Nuestra humanidad se construye a partir de la conciencia social de aquello que creemos que nos hace humanos. Entonces, ¿por qué no dejamos que Yeonghye sea una secuoya? ¿Por qué asumimos que nuestra humanidad siempre debe ser rescatada y protegida? Tal vez renunciar a ella podría ser una forma de trascender. O, al menos, deberíamos tener el poder de decidir sobre nuestra existencia, sea lo que sea que eso signifique para cada quien.