El rosa es uno de los colores más estigmatizados a lo largo de la historia. Sabemos que en algún punto significaba lo contrario a lo que hoy prevalece: era valorado como un color masculino. Con el paso del tiempo, esto se transformó hasta llegar a ser presencia de lo femenino, lo suave y lo dulce. Sin embargo, ahora de nueva cuenta ha tomado matices que, aunque no se han alejado del todo del campo semántico, se ha reivindicado constantemente.
Vestir rosa, habitarlo, se ha convertido en una forma de desestigmatizar los roles. Ponerle los lentes rosas, como se dice en el texto de interiores, como luego se ponen los morados o los rojos, para afirmar que los gustos, la ropa, los juguetes y los colores no tienen género. Pintar los emblemas aparentemente masculinos de rosa y poner flores en las cantinas son maneras de decir sin titubeos que también nuestros amigos quisieron pedir un microhornito o, en el mejor de los casos, lo tuvieron.
Sentarse con la boca y las piernas abiertas para que de la lengua salgan carritos y caballos desde niñas, montar bicicletas, patear el balón muy fuerte. Y también declarar que eso lo hicimos con y sin moñitos rosas, con y sin labial, con y sin prejuicios que fuimos deshabitando.
En este número, queridas lectoras y lectores, les dejamos un paseo con lentes rosas en La vie en rose, un viaje dirigido por nuestro querido artista Javier Cortez al emblemático Bar Tizoc Galería, donde el rosa tomó las paredes que durante años han visto pasar texturas, colores y bebedores, música y celebraciones, baile y lágrimas, botellas y cambios de paradigma. Sean bienvenidas y bienvenidos, pónganse su prenda rosa favorita y disfruten del recorrido.
Y no lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!
El Mechero
Editorial