CARMEN FERNÁNDEZ GALÁN MONTEMAYOR
El libro que hoy presentamos llevará al lector a un viaje de reconocimiento, un peregrinaje en las contradicciones del mundo novohispano en el umbral del laberinto. David Castañeda Álvarez realiza un recorrido por los laberintos del saber y el enigma en este libro sobre la poesía en la cultura virreinal. Desde hace muchos años compartimos el gusto por el desciframiento y lo difícil, por los jeroglíficos y las pirámides de la ensoñación. Como poeta David Castañeda me ha enseñado los sutiles desplazamientos de la imaginación onírica, así como los caminos de la hermenéutica para develar y volver a esconder los significados. David tiene la habilidad de convertir lo complejo en lo sencillo, su claridad se encuentra tanto en las profundidades de su poesía como en los lúcidos argumentos de sus ensayos. Como Orfeo, ha descendido al inframundo y tiene el poder de hacer descansar el alma de los hombres a través de la palabra. Su escritura es serena y meditada.
No hay camino recto… el título del libro, es resultado de una investigación por la intricada poesía laberíntica novohispana donde los pliegues del barroco desbordaron las formas en imágenes y mecanismos de lectura que multiplican los ecos de cada verso. Como construcciones humanas los laberintos han simbolizado distintos aspectos de la conciencia y su historia no se puede escribir en línea cronológica o recta: caballo de Troya o refugio, los laberintos han sido santuarios y espacios sagrados. Castillos o círculos mágicos, son la espiral que conduce a la tumba secreta o ciudad sagrada.
Dicen que resolver laberintos es un ejercicio mental e iniciático, porque al llegar al centro se encuentra una verdad única para quien realiza el recorrido. La sabiduría de la frase No hay camino recto… es la experiencia del héroe viajero que se encuentra. La Gramática oblicua y audaz de Caramuel, la poética de Rengifo, la metapoesía como espejo polifónico, son los caminos en zigzag donde se revelan y develan los destellos de una experiencia interactiva. El lector construye el edificio de sentido en los artificios del arte poética barroca.
David Castañeda guía a lector por los laberintos arquitectónicos, los jardines y espirales místicas para llegar a la poesía figurativa siguiendo los pasos de Starcangalli y de Rafael del Cózar por los jardines, templos, anagramas, acrósticos y cuadrados mágicos. Entrar al laberinto requiere valor, en La palabra inconclusa, Esther Cohen recupera la leyenda talmúdica del siglo II de cuatro rabinos que inician un viaje al centro de las Sagradas Escrituras para hallar el misterio último del texto: “Sólo uno de ellos logra llegar hasta él y volver. Simón Azai vio y murió, Ben Zoma vio y enloqueció, Ajer apostató y sedujo a la juventud. Solo Rabí Akiba entre y salió en paz” (1994, p. 67). Los cabalistas construyeron un método interpretativo para el texto sagrado, y como la flor puede desaparecer al ir tomando sus pétalos, la estrategia para no hacer desaparecer el centro del laberinto en los caminos de la interpretación es superponer un laberinto sobre otro, igual que Dédalo hizo un mapa de estrellas para salir de su propio laberinto.
Desplazamientos en las encrucijadas del sentido requieren medir y calcular para sobrevivir al Minotauro o la Esfinge. En el prólogo del libro se describe cómo David Castañeda Álvarez construye un trayecto en espiral ascendente, y como Teseo, regresa sobre sus pasos para mostrar al lector, escondidos en los recovecos, los gabinetes de maravillas y los museos del imaginario novohispano. El poeta-investigador descifra laberintos poéticos, construye su propio laberinto, mientras clasifica las estrellas. Como arquitecto del laberinto, el poeta construye juegos de ingenio sobre las huellas del investigador que sigue los indicios de una trama recta y oblicua. Se confirma que leer al revés anuncia buenos augurios, que en la magia verbal se transforma también la materia. La literatura es un viaje, porque leer es viajar, conocer otros mundos, recorrer el laberinto de la existencia:
“Un viaje no para escapar, sino para moverte a un entendimiento más profundo de los retos a los que te enfrentas, ya sean grandes o pequeños. Esto no va de huir. Los laberintos emulan la vida, y al igual que en la vida, el camino nunca es recto. A tu propio paso, usa cada vuelta y cada giro para detenerte y reflexionar sobre dónde estás y a dónde te diriges. A veces es necesario elegir un camino diferente, y el destino puede ser, o no, el mismo donde empezaste” (Bounford, La curiosa historia de los laberintos, 2019, p. 6).
Este libro llevará al lector al encuentro y el reconocimiento, un peregrinaje entre las contradicciones del pasado y las sombras del presente. ¿A dónde conducen estos laberintos? No hay camino recto… ni destino definido. Este libro tiene muchas entradas y salidas, tantas como el lector decida. Invito a los lectores a vivir la experiencia de este viaje de autoconocimiento, a caminar al revés para recuperar la memoria y la historia de nuestra identidad.
Las ciudades laberinto por excelencia son Troya, Constantinopla, Jerusalem, Zacatecas, por su estructura en zigzagueante es una ciudad laberinto donde puedes perderte y encontrarte en sus callejones para llegar a la plaza central. A propósito del año 2024 de la paz, cabe recordar que en el año 2000 se plantó en Irlanda del Norte, en Castlewellan, un “Laberinto de la paz” con una campana al centro que suena cada vez que alguien lo resuelve, y como recordatorio de paz suena más de un millón de veces al año.
Castlewellan Peace Maze
De ahí la importancia de la resolución de contrarios en el trayecto del laberinto que transforma a quien lo recorre. Los laberintos pueden ser de una vía o de múltiples caminos, de acuerdo a Hylan y Wilson: “Uno se adentra en un laberinto de caminos alternativos para perderse, mientras para que entrar a uno univiario lo que se busca es encontrarse a sí mismo” (Laberintos, 2018, p. 7). Usted elige.