DORALI ABARCA
En lo que llevo de mis 20’s, dos años sintiéndome una Frances Ha. Pero por supuesto que esto no es una reseña de la película, al menos una embarradita.
Una noche de cena con amistades buena onda y comida deliciosa, lancé una pregunta al aire, al mismo tiempo que tenía mi respuesta en la punta de la lengua: ¿Qué película representa su vida en este momento?
A lo que respondí: yo me siento totalmente una Frances Ha, viviendo a dos horas de la casa de mis padres, egresada de la universidad, con ciertos toques de diferencias. Al contrario de ella, yo elegí una carrera que no me encantaba; sin embargo, me veo en esa misma búsqueda de identidad constante, donde se atraviesa entre sueños la realidad productora de tener que trabajar para sobrevivir, ir de mudanza en mudanza encontrando el mejor precio en vivienda.
Frances Ha, en su lucha por definir su identidad y encontrar su lugar en el mundo, refleja perfectamente la experiencia de muchas jóvenes adultas que, como yo, se sienten atrapadas entre las expectativas sociales y sus propios deseos. La presión por encontrar un trabajo estable y cumplir con las responsabilidades financieras choca con el deseo de seguir los sueños y encontrar la verdadera pasión.
Otra de las afinidades que me tocaron fue la soledad en la que nos sumergimos al lado de personas que encuentran su tiempo, encuentran cómo vivirlo, ya sea con sus parejas, trabajando en lo que aman o sólo viviendo. Mientras tú vives entre el desorden de tu habitación, una botella de vino y 50 solicitudes de empleo que no pasan de la entrevista. Las semanas pasan y pasan, tan rápido como pasan las noches y tú ni el pijama te has quitado y la soledad se vuelve cada vez más tu confidente y tu hater.
Nosotras, las veinteañeras, a las que nuestra energía se ve desviada por el nulo descanso, por la persistente pelea entre hacer lo que amas y la sombra aterradora del producir, por la búsqueda de nosotras mismas. ¿Cuándo nos perdimos en el camino? ¿Hacia dónde vamos? ¿Vamos?
Frances Ha nos recuerda que la búsqueda de la identidad y la transición a la adultez es un camino donde tenemos que ir apreciando las piedras que pisamos y seguir explorando atajos. Está lleno de desafíos, momentos de soledad y autodescubrimiento. Pero, a pesar de las dificultades, también hay espacio para la esperanza y la posibilidad de encontrar nuestro lugar en el mundo, incluso si eso significa aceptar nuestras imperfecciones y abrazar la incertidumbre del futuro.