DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
Con frecuencia, cuando nos alejamos un poco de la ciudad y tenemos el buen atino de escuchar a las personas mayores que habitan el campo, advertimos en su charla una serie de digresiones, a veces un tanto fantasiosas, que funcionan como historias paralelas o derivadas de la historia principal (el relato de la vida). La mayoría de las veces, ese tipo de cuentos vienen acompañados de una enseñanza o consejo.
Esta manera de contar historias pareciera que es inherente a las formas en que la humanidad ha buscado trasmitir el conocimiento, de manera oral, de una persona a otra. Es un medio en el cual, quien escucha, se ve reflejado, a manera de espejo, en la historia relatada, o por lo menos, ése sería el fin.
La eficacia de dicha estructura narrativa originó una literatura que tuvo un particular éxito en la Edad Media, pues uno de los objetivos era educar a príncipes y nobles. Los romanos llamaron speculum (espejo) a este género literario, el cual utilizaba el recurso del exemplum (ejemplo): justamente un relato corto con intenciones moralizantes o doctrinales.
Podríamos citar varios libros de este tipo, pero quisiera hablar uno de los que tuvo bastante influencia en la lengua castellana: El conde Lucanor (Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio es su nombre completo), de Don Juan Manuel (https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-conde-lucanor–0/html/00052e2a-82b2-11df-acc7-002185ce6064_1.html). La obra se escribió alrededor del año 1300 y tiene 51 historias. Los relatos poseen una influencia de cuentos árabes y fábulas grecolatinas, con la característica visión de mundo cristiana.
La obra es un clásico de la literatura medieval. Y, como decía Ítalo Calvino, un clásico nunca pierde vigencia. Los exempla parten de los diálogos entre Patronio, el consejero, y el propio conde Lucanor. Son historias de Patronio que previenen al conde de una situación peligrosa, complicada o moralmente discutible. Hay algunos divertidísimos y otros más solemnes. Unos filosóficos; otros, de escarnio.
Un ejemplo: la historia de un hombre que iba cargado de piedras preciosas y tuvo que atravesar un río. En su meditación, el hombre sabía que, si soltaba las piedras, perdería su riqueza. En la parte más honda del agua, el hombre prefirió morir ahogado. El relato remata con el dístico:
A quien por codicia su vida aventura,
sabed que sus bienes muy poco le duran.
Otro relato: un país en el que los hombres gobernaban solamente durante un año. Al fin de su mandato, desterraban al gobernante a una isla, desnudo y sin provisiones. Viendo esto, un hombre al que le tocaba asumir ese puesto, se previno durante todo su mandato y dispuso surtir una isla con todo tipo de enseres y comodidades ocultas. Cuando lo desterraron, el hombre no sufrió nada de nada. Sin embargo, este relato busca enseñar que las buenas obras que se hagan en este mundo garantizan la buena estancia en el otro (el Paraíso, en esa época). El exemplum remata con lo siguiente:
Por este mundo vano, fugaz, perecedero,
no pierdas nunca el otro, mucho más duradero.
Resulta fantástica la influencia (y vigencia) de esos exempla, pues en los vestigios orales de nuestra cultura mexicana aún encontramos las reminiscencias de aquellos relatos. Son las mismas acciones humanas, errores, preocupaciones, modos de vida: espejos. Por ejemplo, en los Cuentos populares mexicanos –recopilados por Fabio Morábito y editados por el Fondo de Cultura–, casi casi podemos releer muchas de las historias de El conde Lucanor.
Quizás lo mejor sea ir al campo mexicano con el oído presto y escuchar a nuestros ancianos, así porque sí, para entrar en el maravilloso mundo de las historias orales que, además de contar hechos y acciones de personas de otros tiempos, nos enseñan mucho de esta instantánea vida.
Nos leemos después.