ISIS ABIB AGUILAR SÁNCHEZ
Ser economista es una profesión que se escribe en femenino y refiere a todos los géneros, a diferencia de otras disciplinas en las que aún suele generalizarse con el masculino como ‘músico’. Sin embargo, las niñas prefieren ser músicos que economistas y me atrevo a decir que absolutamente ningún infante sueña con ser economista, cuando se les pregunta a los menores qué quieren ser de grandes, dicen profesiones como astronauta, artista, policía y ahora tiktokers o gamers.
Si pudiera hablar con mi yo niña para decirle que somos economistas estoy segura de que estaría confundida. ¿Por qué las niñas no quieren ser economistas? La respuesta es obvia: porque no entienden sobre el funcionamiento del sistema económico, la reproducción de los medios de vida está dada por hecha; es decir, no son conscientes del precio de las cosas, para algunas basta con hacer berrinche en medio de los pasillos para conseguir un juguete o un dulce. Para otras la moneda de cambio es portarse bien o sacar buenas calificaciones. En mi caso nunca me faltó lo indispensable, pero a veces no ajustaba con estar en el cuadro de honor para gastar en alguna que otra actividad de ocio.
La mente de las infancias es inocente para entender las grotescas intenciones del sistema económico. Pero ¿los adultos sí? El lenguaje económico está repleto de conceptos complejos como bursátil o per cápita. En los periódicos es común que se comunique sobre la inflación, el crecimiento económico o el Producto Interno Bruto (PIB), también en los discursos políticos se hace mención de tasas e índices macroeconómicos y para muchos es tan ajeno como si se hablara en otro idioma.
Es molesto que previamente no se explique a los lectores u oyentes sobre qué son y cómo se miden, sobre todo el PIB, que se define como toda la producción de un país. Aunque esta definición no es universal, ya que difiere el resultado según quién lo mida y cómo. Los números económicos usualmente se exponen a conveniencia de una ideología; por ejemplo, en el PIB no se contabilizan otras producciones que cuentan para la reproducción de los medios de vida, como el trabajo del hogar y cuidados no remunerado que, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2022 representa un 24.3% del PIB nacional.
Otras de las variables que excluye el PIB es el trabajo infantil, aunque no debería existir lo hace y a costa de un atropello a los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes. Al hacer una crítica de la exclusión de esta variable no me refiero a que se deba validar su existencia, o promocionar la productividad de las infancias, sino demostrar que dentro de la metodología de cuentas nacionales del PIB sólo se agregan variables limpias para promocionarlo como un saldo blanco. Según la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil 2019 de INEGI 7 de cada 10 infancias que se dedican algún trabajo peligroso no recibe remuneración; es decir, son esclavizados.
Si las niñas y niños supieran estas cifras querrían evidenciar las injusticias, querrían ser economistas, pero qué bueno su favoritismo a otras profesiones, porque es muestra de la intocable inocencia infantil. Es responsabilidad de alguien más cambiar esas cifras para cuando sean adultos vivan otras realidades económicas.