Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza
En los últimos años, conforme envejezco, he sentido un poco de cansancio por viajar a Zacatecas, en parte se debe a estas razones: cada vez se vuelve más complicado la existencia de líneas que lleven a esa ciudad; la seguridad y el no sentirla cuando camino por esas calles me hacen más receloso; las responsabilidades de ser adulto y enfrentarse a los retos cotidianos; mi trabajo actual, que ha sido una belleza y retador para mi desarrollo personal; la conclusión de procesos y el comienzo de otros; los nuevos sueños, y el fin de amistades que parecían ser para siempre. En esta ocasión, me detengo en la parte opuesta de este último punto, la continuidad de esas amistades que sí son para siempre.
Le llamé por la noche, después de haber vuelto de mi cita con el neurólogo (mañana), de haber comido y estado un rato con mi padre y su nieto-sobrino (tarde) y de haberme enterado de una noticia desagradable (noche). Me cayó el veinte de que ya había pasado varios meses, aunque no he querido pensarlo, porque sé que fue un año (o un poco menos) de haberla visto, si acaso. La última vez que nos vimos fue en un café, después no pude verla porque parece que volver a esta ciudad me vuelve más ermitaño, más con esa necesidad de estar con mis padres, que se ha vuelto más evidente tras los fallecimientos de seres queridos —en otra ocasión, hablé que a la muerte la veo como una vieja amiga, pero expreso mi terror de no volver a ver a seres queridos—; hablamos de todo y fue como si esos meses de separación jamás existieron, como si sólo nos hubiéramos ido por unas horas; ganamos tiempo y nos acercamos más a mi vieja amiga, y percibimos cómo hemos envejecido a partir de haber vivido experiencias y haber bebido nuestras pócimas. Pero esta ocasión, más allá del recordatorio de las llamadas hechas por el bibliotecario a miembros del Club de los perdedores, surgió para sorprender y decirle: “deberías pasar por mí”, aunque ella no sabía que había vuelto a la ciudad. Hubo unas bromas, inocentes a pesar de ser pícaras, irónico. No sabía que se incluiría una vieja conocida, también egresada de la licenciatura en letras, pero que nunca volví a ver personalmente, por razones que nunca reflexioné. Vieja amistad y una nueva que sabía a años de conocerla, no tanto como la mantenida con la muerte.
Fuimos a cenar, mientras escuchamos un concierto de jazz al aire libre. Ella yo, G. y yo, nos pusimos al corriente, sobre nuestras vidas, aunque no sabía por dónde empezar, pues mi pasado presente no era tan fácil, como en otras ocasiones. Esos fallecimientos no han resultado fáciles, esa crisis… no ha sido tan simple. Ella me recordó, aunque jas salió de su boca, de crear nuestras pócimas para purgar el dolor y los males que nos aquejan y supe que así comenzaría a purgar todo esto. G. me habló de su bella familia, su pasado (su crisis similar a la mía) y me sentí escuchado, en otro nivel menos angustiante. Llegó después K. y conversamos de todo, charlas de señoras que se sientan en un bar y hablan de todo, más allá de lo típico, hijos (aunque sólo una era madre) y mascotas (todos).
G y K. también aprovecharon para estar al día, de diversas cuestiones incluso del proyecto de periodismo que llevan desde un tiempo para acá, que les está yendo bien y crece como espuma, lo cual me entusiasma, más allá de la posible sana competencia que pudiera haber. Luego, fuimos a un extraño lugar, supuestamente era noche de cumbia y había una joven DJ, que no dejaba terminar las canciones de reggaeton, nuevas y viejas (o clásicas), y eso me hacía sentir que era newbie o sólo no era buena —omito que un grupo perreaba y por poco se volvía una sesión de sexo en vivo.
¿Acaso ya nos volvimos señores?, pensé y se lo hice saber a George Abtahi, después caí en cuenta que mi amigo ya era un periodista sexagenario. Reí y bastante, había sabido leer la ironía en la que caí. Dos treintañeros, una nueva amistad (desconozco su edad) y al frente otras generaciones que, por fortuna, no tienen nada qué ver con la nuestra y lo digo con optimismo, pues son quienes actualizan estos tiempos y constituyen nuevas perspectivas de mundo. Bendito sea que todo cambia, aunque el perreo me causa hilaridad.