Gibrán Alvarado
Este mes de noviembre lo dedicaré a comentar algunos filmes representativos italianos, cada uno de ellos representa un género diverso dentro del vasto panorama. En esta ocasión reproduzco fragmentos de un texto personal que escribí en abril de 2020, durante la cuarentena por COVID-19, en el que pretendía destacar la importancia de las pequeñas cosas, esas que no significan nada para los demás pero para nosotros tienen gran valía.
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Hace algunos meses, leí algo sobre la historia del cine italiano. En este tiempo de contingencia, decidí que dedicaría parte de mis días a ver algunas de las películas recomendadas. Inicié con Ladri di biciclette (1948) de Vittorio De Sica, y me recordó a Los olvidados (1950) de Luis Buñuel. Ese cine de posguerra tiene algo de lo que ahora se ve en la prensa, sobre todo italiana, o las redes sociales sobre la unidad y la fuerza por querer salir adelante a causa de la pandemia.
Otro de mis propósitos era terminar la trilogía de Pier Paolo Pasolini, estaba entre Il Decameron (1971) o Racconti di Canterbury (1972). Al final elegí: Nuovo Cinema Paradiso (1988), había escuchado de ella pero no sabía de qué iba la historia, la busqué en el idioma original e investigué sobre las versiones que circulaban, decidí ver la italiana, con duración de 155 minutos.
Mi primera impresión fue que la película era buena, en realidad valía la pena dedicarle el tiempo. El personaje de Totò, sobre todo la parte de su infancia me pareció muy bueno, un niño que te hacía quererlo, esa parte de la inocencia que Tornatore fue trabajando, poco a poco, es uno de los grandes aciertos. Nuovo Cinema Paradiso fue agradable pero no me esperaba lo que sería al ver la conclusión de esa historia sobre el cine y el crecimiento personal.
Conforme el personaje de Totò entraba en la juventud y se hacía más evidente la relación con Elena, pensé que el argumento descansaría sobre esa separación de los personajes y que la conclusión versaría sobre un “final feliz”, no me pareció mala idea, pero a partir de ese pensamiento creí que esa conclusión sería algo insulsa. No contaré el final, sé que esa es la parte esencial que, desde mi punto de vista, le da sentido a toda la película, cosa que muy pocas logran concretar, entonces, quien sea gustoso, que la vea y saque sus propias conclusiones.
El acierto está en el cierre, porque se va trabajando desde el inicio, uno tiene que ir uniendo cabos y, al final, en la última escena, te das cuenta de que esa relación entre Alfredo y Totò lo es todo. Creo que Giuseppe Tornatore, junto con el aderezo que dio Ennio Morricone con la música, puso ante mí una película que siempre recordaré.