Enrique Garrido
México, en los años ochenta, descubrió que los límites de la razón son flexibles a su ingenio, gobierno, suerte o mito. De esta forma conoció la vorágine de un temblor cuya magnitud de 8.1 en la escala Richter sólo fue superada por el movimiento telúrico electoral que significó el fraude de 1988; asimismo, una explosión como la de San Juanico (nunca relatada de mejor manera que en la canción “Anda borracho Pancho” del grupo de rock urbano Sam Sam) y su equivalente de júbilo por el mundial de 1986.
En algún momento de tan convulsa década un ser de dimensiones monstruosas rondaba por un mercado. La Merced, cuyo nombre se lo debe a un convento de 1594, y que dentro de sus pasillos alberga historias sorprendentes como los susurros de doña Esperanza Goyeneche o el puesto de fuegos artificiales que explotó, llevándose 61 personas, en 1988, fue hogar de un espectro nocturno que, como el miedo atávico a brujas y demonios, se hizo popular por robar un bebé para satisfacer su hambre. Como el gobierno, cada país tiene el monstruo que merece y a nosotros nos tocó una rata gigante.
De acuerdo a la vox populi, se tuvo que recurrir a un misterioso pistolero para acabar con el horror y, en una rememoración de Abraham van Helsing, bastaron un par de disparos para poner punto a este caso, pero no final, más bien punto y seguido, pues esta gesta ha viajado por el tiempo a través de las palabras.
Esta historia regresó a mi mente pues la leí en un libro donde se plantean algunas “curiosidades” del país; sin embargo, como buen mito urbano cuenta con múltiples variantes. Recuerdo que la primera vez que la escuché, ésta tenía lugar en el Mercado 16 de septiembre, en la ciudad de Toluca (contado por un tío que juraba haber estado allí); no obstante, por su carácter universal, supongo que cada comunidad debe tener su rata gigante.
Lo anterior me llevó a pensar acerca de la manera en la que se transmiten las historias, los comentarios o las opiniones. ¿Qué te da autoridad de contarla si no fuiste testigo?, ¿o es necesario mentir y decir que sostuviste su cola después de la masacre?, o, quizás, necesitas ser un experto en ratas para opinar. ¿Te hace experto en ratas haber visto tantas que sabes distinguir una extraordinaria de una común?
En 2018, un joven director llamado Octavio Guerra realiza un documental en torno a una figura fundamental del cine español: Óscar Peyrou (que también tiene un tío famoso Manuel Peyrou). En En busca del Óscar (2018), se cuenta cómo escapó de la dictadura de Videla y se fue a España para consolidarse como uno de los críticos más importantes, así como Presidente de la Asociación Española de la Prensa Cinematográfica y delegado en España en la Fipresci.
Ahora bien, ¿por qué es relevante este personaje? Como si se tratara de parte del reparto de una película, frente a cámara hace una confesión: ha realizado, y lo sigue haciendo, crítica a películas que no vio. (Silencio sepulcral). Entonces, ¿sobre qué realiza las críticas? Pues sobre los carteles (color, textura), títulos, (prosodia, ritmo y sonido de las palabras) e incluso actores.
¿Inaudito?, sí. ¿Curioso?, tal vez. ¿Antiético?, mmm…Vamos a ver.
Tal vez para muchos, Peyrou sea un cínico, poco profesional o simplemente un descarado y sin vergüenza que gana reconocimiento por no hacer nada (acá ya tendría fuero); no obstante, va más allá de eso. Su trabajo es una crítica a la crítica del cine en sí, la cual, dentro de todos sus grandes defectos, se tiñe de una marcada subjetividad bajo el disfraz de imparcialidad. Peyrou señala que ver la película y hacer una interpretación es en sí subjetivo, por ello, él apunta que lo mejor es hacer crítica sobre algo objetivo, como el cartel. Algo más: es un secreto a voces que las grandes productoras llenan de regalos e invitaciones a los “críticos” para que hagan reseñas a modo, manipulando así el discurso.
Al final del día vemos una película como vemos a la rata, desde la subjetividad y no deberían impresionarnos las opiniones de expertos comprados. Se trata, en parte, de una crítica a la corrupción, esa que alimenta a seres monstruosos que otorgan permisos de construcción sin las medidas de seguridad necesarias, no respetan la voluntad del voto, son abucheados en el Estadio Azteca, van a los festivales de cine y, por las noches, roban bebés en cualquier oscuro barrio del país.
Luke Miller, propietario de Real New York Tours, organiza tours nocturnos para ver ratas. Definitivamente ya está muy ligado al mundo del entretenimiento, ¿se podría hacer una crítica de esto como show?