Por Sara Andrade
Robert Frost dice que dicen que el mundo se acabará en fuego.
Creo que también lo dicen los pirómanos. O los que, sin más idea de nada, se asoman por la ventana y ven que, otra vez, La Bufa se está quemando.
Yo soy uno de los últimos, de los despistados que juran que el Fin de los Tiempo está a la vuelta de la esquina porque el cielo está encapotado (aunque no huela a lluvia), porque hay un silencio de muerte (son las 6 de la tarde, todo mundo está en la siesta de media tarde) y porque el aire huele a cenizas (algún loco tiró el cigarro de camino al Crestón; en la otra mano lleva una botella de cerveza y en los audífonos un corrido tumbado).
Pienso en las supuestas señales que traerán consigo los caballeros del Apocalipsis: peste, hambruna, guerra y muerte. Puedo escribir una imaginaria lista de sucesos en una imaginaria libreta y me encuentro con que puedo equiparar sucesos del siglo XXI con las afirmaciones de los creyentes del primer siglo: covid, el precio del dólar, Ucrania contra Rusia y (porque no tiene equivalente, ya que siempre es la misma) la muerte.
Recuerdo, mientras me asomó por la ventana para buscar el origen del fuego, las pinturas de John Martin o de Turner, quienes pintaban escenas grandilocuentes, bíblicas o de guerra, de cielos inabarcables y encendidos en fuego, producto de la creencia de que en 1810 se aproximaba el Armagedón gracias a la Revolución Industrial y a la depravación de los franceses y sus pequeños emperadores. El miedo a las máquinas sobrevive: antes se llamaba máquina de vapor y ahora se llama ChatGPT. El odio a los pequeños emperadores también: antes se llamaba Napoléon, hoy responde por Putin.
Los poetas, los pirómanos y yo (tuiteando desde mi celular que quién sabe qué se está quemando ahora en el centro de Zacatecas) nos enseñamos a interpretar el cielo, continuando una tradición milenaria y universal de observar a la naturaleza y esperar lo peor.
Turner vio el cielo encima del Támesis y encontraba una relación muy estrecha entre sus colores y las guerras napoleónicas. Cuando vio partir a El Temerario, la famosa nave de la Marina Real Inglesa, me parece intuir que él veía también el cambio de los tiempos. Como si en una imagen sorprendente (un navío de línea siendo arrastrado por un pobre bote a propulsión de vapor, listo para su último viaje por las aguas de su reino, luego de haber servido tan valientemente) todo fuera dicho.
Cuando yo me tengo que subir al techo de mi casa, harta de no saber de dónde viene el humo y el olor a quemado, y me doy cuenta de que es La Bufa de nuevo y que Twitter me dice que éste es el treceavo incendio forestal en la entidad, pienso que Robert Frost quizá tiene razón: no en el fuego, sino que el mundo se acabará en un símil ingeni