
DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
Según la cábala judía, la creación es un misterio derivado de la palabra divina. Primero, deliberadamente, se utilizaron letras del alfabeto con la significación exacta para que este mundo no fuera corrupto, al menos desde su origen. En el Zohar, se habla de que Dios eligió, por ejemplo, la letra Bet (en hebreo), para crear un espacio que pudiera albergar las maravillas del mundo.
Con la invención de la escritura y de los libros, por mucho tiempo se creyó que, en efecto, un libro encierra un mundo. Y al revés, que el mundo se puede leer como un libro. Esto quiere decir que en el mundo se esconden lenguajes que no podemos leer, por incapacidad o ignorancia.
De igual modo, en un libro existen mundos evidentes en la consecución de las grafías, y otros más, ocultos, en las capas de significados posibles. Así, sólo un lector obstinado, conseguirá leer esas dobles significaciones de un texto.
Imaginemos entonces que somos incapaces de leer la tela de sonidos que se forma entre las ramas de los árboles. Menos aún el murmullo de sus raíces clavadas en la tierra seca. ¿Qué nos dice el agua desde la prisión de un vaso de cristal?
Podríamos adivinar, intuir o inventar cosas. Pero creo que es mejor ejercitarnos en la bella ciencia de la interpretación mediante la lectura de los libros. Es decir, podemos leer mejor el mundo si podemos leer bien un libro.
Si se privilegia la intensidad sobre la extensión, creo que es un buen paso para comenzar. Se pude disfrutar el sonido de dos o tres palabras juntas con la misma intensidad que una novela memorable. Recuerdo, por ejemplo, un poema de Salvatore Quiasimodo:
Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de pronto anochece.
En tan solo tres versos, el poeta resume la vida de una persona. Lo que más me sorprendería es la manera en cómo conjunta una serie de significaciones en poquísimas palabras. Ése es quizás el arte del poeta contemporáneo. La condensación.
En el poema de Quasimodo, indudablemente, venimos solos al mundo y salimos solos del mismo. Indudablemente, la vida nos traspasa con un rayo de sol: una luz creadora y regeneradora, en incesante movimiento. Y también, indudablemente, de pronto anochece: morimos, o bien, perdemos el brillo de la vida misma.
Imagine usted, lector, el trabajo del poeta para, en primer lugar, leer el mundo. ¿Cómo puedo decodificar la vida? Y luego, ¿cómo puedo escribirla en pocas palabras? Imagine los motivos para escribir “corazón” y no “centro”, por ejemplo. Usar el verbo “traspasar” y no “iluminar”. Por qué escribir “sol” y no “luz”.
Para decir cosas sobre el mundo debemos aprender a leerlo. Es un paso natural. Leo, luego escribo. Tengo dudas de que sea al revés. Y no hablo únicamente de la actividad de escritor, sino de todas las acciones de la vida. Para crear cualquier cosa, se debe elegir con mucho detenimiento el material con que está hecho, como dice en el Zohar.
Si desde un principio ese material es corrupto, la creación será imperfecta. Leamos mucho entonces, y nos leemos después.