AGUSTÍN YEN HERNÁNDEZ
Cuando tú no estás
vuelvo a ser molino de viento,
latitud sin coordenada,
metáfora sin alas ni lucero.
Cae la tarde en delgados hilos,
formas ovillos, destinos circulares,
tejes olvidos con agujas de tiempo.
Duerme la palabra en mi pecho.
Cuando ya no estés
te buscaré todas las mañanas
en las líneas de mis manos.
Recorreré el horizonte,
del alba al crepúsculo.
Cuando te hayas ido
sortearé las olas de los mares,
para llevar tu recuerdo
a las profundidades.
Porque eres niña marina
que se alimenta de coral.
El murmullo de las sirenas
arrulla tu alma.
Me detengo a escuchar el océano, incesantes
ecos de arrecifes
muriendo lento y palideciendo
en cada suspiro, en cada latido.
Guardo el amor y el desamor
en gotas de lluvia,
escurren por la ventana,
todas regresan al mar.
Sé que te volvería a encontrar
en el árbol del tiempo.
Alguna mañana, un destello
me daría un indicio, una premonición.
La ciudad se ha vuelto sal,
me disuelvo con ella.
Siento tu corazón esquivo
busco incendiarlo cada mañana.
No te contienen el verdor
de las selvas o los bosques,
estás en la balada de las aves
y la perplejidad celeste.
Me conforto bebiendo
cada mañana, de lunes a viernes
el destilado de tus labios,
licor afrutado de tus pensamientos.
El áureo cono del ado
proyecta sus ases
en la magnitud de nuestras vidas,
viajamos a la deriva sin detenernos.
Si el destino nos alcanza,
nos tomaremos de la mano.
si jamás llega a alcanzarnos,
seremos sueños dentro de un sueño