DANIELA ALBARRÁN
Me metí en 2020 a una maestría por dos cosas: primero, porque toda mi vida académica ha estado muy estructurada, era obvio que después de la licenciatura seguía una maestría y, en segundo lugar, y quizá la más importante: el dinero. Sí, quería el dinero de la tía Cony. No es novedad que, en México, la salida más fácil para el desempleo post universidad es estudiar un posgrado con beca, que critique quien quiera criticar, pero ésa es la verdad.
Pero en esa verdad confesa, también está el que amo hacer investigación y que mi tesis es, en sí misma, lo que pienso que debe ser la investigación literaria: un experimento. Me explico: cuándo me postulé a la maestría ya sabía que quería escribir sobre 2666 de Bolaño porque es una novela que me obsesionó desde la primera vez que la leí; sin embargo, no encontraba un tema y en un principio me fui por lo obvio: la violencia, la ciudad, etc., pero como pasa con todo lo que tiene que ver con la escritura, a veces presentimos cosas y no es que hasta que pasen años que las decubrimos.
Una noche, mientras leía la novela, vi los bosquejos de Bolaño, cómo él veía visualmente el texto. Sé que esto quizá sólo las personas que escribimos ficción podremos entenderlo, pero cuando se escribe ficción, se puede ver la forma física de lo que estamos escribiendo y cuando vi esa forma fue como si el libro me hablara en ese ese momento, fue una especie de infatuación que hasta el día de hoy sigo sintiendo y supe que tenía que hacerlo de la estructura física/narratología del texto.
Lo que me interesaba contar sobre la susodicha es sobre su génesis en mi cabeza, para comentar que yo sé que mi tesis es un experimento y una declaración de lo que yo creo que debe ser la investigación literaria actualmente; es decir, una oportunidad para jugar con la plasticidad de los textos, de crear, a partir de ellos, una narrativa, un producto que puede ser o no erróneo, y sobre todo, entender que más allá de un resultado aparentemente comprobable, se tiene que observar el proceso que lleva la escritura académica: escuchar el texto/ encontrar las pistas/ recomponer sus pedazos.
Me gusta pensar que hay espacio para crear literatura científica no desde el acartonamiento de lo que debe ser, sino de lo que puede ser, y agradezco a la vida que mis directorAs se hayan tomado en serio mi idea y me hayan ayudado a trasladarla a un lenguaje más o menos legible, a entender mis propias ideas desde su conocimiento de la obra, y las pocas luces que tenía en mi cabeza en el momento de comenzar a investigar.
Recuerdo muy bien que mi directora, la primera vez que le presenté la idea, me dijo que no muchas personas iban a tomar la investigación de buena manera y que me iba a enfrentar al rechazo, a la incredulidad, a la burla, quizá. Pero creo que una parte muuuuy importante de mí, busca con esa tesis, no un título, sino provocar incomodidad y, bueno, más o menos espero haberlo logrado.
También quisiera decir que una tesis es en sí misma un reflejo de nuestras experiencias, expectativas y carencias intelectuales, y espero que desde ahí seamos juzgadas, y aunque terminé de escribirla hace aproximadamente dos años, no quería soltarla por la sencilla razón que terminarla implica un luto, el luto de la separación de un texto con el que he dormido, comido y vivido desde hace más de 4 años.
Y aunque ya la terminé y justo estoy releyendo las impresiones e infartándome por los errores que ya están impresos, pienso que aun quisiera escribir mucho sobre el proceso de escritura, sobre lo que pensaba, lo que sentía, el miedo, la angustia, la soledad y que decir que escribir un texto científico lleva un proceso muy parecido a escribir un texto de ficción, con las mismas dudas, las mismas inseguridades, los mismos errores; sin embargo, si mi tesis pudiera resumirse en una frase sería la siguiente:
¿Qué es la ciencia, sino una forma de explicar la ficción?