
ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
A estas alturas de la tecnología en la captación y generación de imágenes, parece que cualquiera con un “móvil” (quitemos ya la palabra teléfono, pues acaso esa es la más nimia de sus funciones), puede ser un fotógrafo; la sentencia es popular, la escuchamos en tono despectivo y como una ironía en quienes han cultivado el oficio con pasión y constancia, pensemos en ese finísimo velo que distingue al fotógrafo de ocasión (cualquiera con cámara) de aquel que práctica el oficio y el arte de la fotografía, hay una tercera vía que amalgama a las dos primeras y es el fotoperiodista, alguien que acude a la ocasión y genera la imagen, muchas veces con maestría, pero otras sólo por “sacar la chamba”. Como aquel despistado amigo que en una mañana de resaca mandó al medio en el que laboraba una imagen con tres meses de antigüedad, el edificio que protagonizaba la nota había sido restaurado y el inocente crudo lo ignoraba, costándole el atrevimiento el trabajo y la reputación.
Es mentira entonces que cualquiera con un dispositivo de captación de la luz pueda ser fotógrafo, es tanto como decir que cualquiera con un gato hidráulico es mecánico, no es así, se necesita la pericia y el conocimiento y en la materia que nos atañe: es imprescindible aprender a observar y este es quizá uno de los paralelismos que tanto asustó a los pintores del siglo XIX cuando pensaban que su arte sería fulminado por las poderosas máquinas del, entonces, nuevo invento, algo muy similar a lo que atraviesa el pensamiento de los ilustradores que despotrican y temen a la inteligencia artificial. Educar la mirada es tarea lenta y ardua, no basta con ver, se debe llegar al punto en el que los objetos abran su materia y muestren la quintaesencia de su ser; algo similar lo escribió Octavio Paz en El arco y la lira cuando le pregunta al lector ¿qué distingue al David, de Miguel Ángel, de una escalera de mármol?, en ese caso y en el de una fotografía de arte, la distinción es justamente inefable, pero perceptible, los ojos son apenas el canal por el que se surten los efectos de la visión y el visionario, es decir el artista, a veces usa el color y la pasta de óleo y otras una Nikon o incluso la cámara de su celular. La herramienta no es condición para que el arte suceda, pero un conocedor de los procesos sabrá elegir con precisión y genio de entre la diversidad existente.
Eduardo López Rojas es, entre otros oficios y saberes, fotógrafo artístico y músico, perteneciente a una generación de artistas que se formaron con sus propios medios en un entorno adverso, con tecnología escasa o inexistente, lo que propició que se enfocaran en aprender a detalle el arte u oficio que eligieron, enfrentando la incomunicación, la falta de medios y recursos académicos para profesionalizarse, algo que los nativos digitales no imaginan ni en sus más locos sueños: fueron a los libros, acudieron a las exposiciones, fundaron talleres y aprendieron “haciendo”.
López Rojas es un absoluto apasionado de la fotografía, no puede pasar más de un día sin que trabaje en una de sus extensas series, sus influencias van de Henri Cartier-Bresson a Manuel Álvarez Bravo y esto se nota en su propio discurso creativo, las azarosas escenas callejeras que parecen estudiados escenarios teatrales, el movimiento de las ciudades que ha visitado y captado, el bullicio de París, la libertad de Amsterdam, el gozo caribeño de la Habana, el lujo arquitectónico de su natal Zacatecas y otras tantas de las que cuenta ya con un registro detallado y hermoso, pues se trata de vistas con una composición soberbia, bien equilibrada, en la que los matices del claroscuro se despliegan con inusual belleza. Este fotógrafo cuenta con algunas exposiciones individuales y colectivas y ha ilustrado algunos libros, como músico más de uno lo reconoce en la calle, pues tocó con energía la guitarra en la legendaria banda Mr. Máquina. Haré algo inusual en esta columna y es invitarlos este 12 de julio a conocer la obra fotográfica de Eduardo López Rojas en la galería Rey Chanate a las siete de la tarde, ahí nos veremos.
Fotografía de Eduardo López Rojas
“Trompetista en la Habana, Cuba”