PERLA YANET ROSALES MEDINA
Cuando Alberto era muy pequeño, me empeñé en estimular su creatividad a cualquier precio. Cuando no le estaba cantando la canción de “La Foca Ramona”, le leía uno de sus cuentos favoritos, “Un Alce, Veinte Ratones”, un libro muy interesante de Clare Beaton. Este libro tiene como propósito principal contar del uno al veinte, personificando cada número con una cantidad correspondiente de animales de diferentes especies. Después del conteo, siempre tienes que responder a la pregunta: “Pero, ¿dónde está el gato?”, haciendo que el niño se sienta retado a buscar entre toda la ilustración al gato que se esconde en cada página. Este recuerdo de hace ya varios años me llevó a reflexionar sobre los gatos en un contexto histórico dentro de la humanidad.
Una de las primeras evidencias de la relación entre humanos y gatos data de hace 9500 años. Arqueólogos franceses encontraron una tumba en la que se hallaban los restos de un egipcio acompañado de ofrendas, herramientas de pedernal, conchas y los restos de un gato de unos 8 meses.
La relación entre humanos y cualquier especie ha estado sustentada en la domesticación. Se considera que una especie está domesticada cuando es permanentemente modificada genéticamente a través de la crianza influida por el ser humano. Es decir, cuando la especie empieza a depender de un refugio, comida u otra intervención humana. A pesar de que la presencia de los gatos en la vida de los humanos tiene miles de años, el proceso de domesticación no ha cambiado genéticamente a los gatos como sí ha provocado cambios en otras especies. Los gatos domésticos pertenecen a la especie conocida científicamente como Felis catus, que, según su genoma, descienden de una subespecie llamada Felis silvestris lybica. Las diferencias entre los gatos domésticos actuales y sus ancestros radican principalmente en el tamaño, los colores y los patrones de su pelaje. Los gatos domésticos son más pequeños y tienen una variedad de patrones y colores de pelaje que sus ancestros no tenían. De hecho, los gatos blancos, negros y naranjas son relativamente modernos; estos cambios se deben a que algunos genes recesivos en gatos salvajes se hicieron más prominentes. La morfología de los gatos no ha cambiado mucho, y mantienen un parentesco genético muy alto con sus ancestros. En cambio, especies como los perros han tenido muchas variaciones corporales debido a que se les ha criado con fines específicos.
Aunque los gatos han convivido con los humanos durante miles de años, su esencia genética ha permanecido sorprendentemente intacta. Esto subraya tanto su naturaleza independiente y resiliente como la relación que el ser humano ha establecido con estos felinos. La domesticación ha modificado ciertos aspectos de su apariencia y comportamiento, pero los gatos siguen siendo, en muchos sentidos, los mismos seres misteriosos y encantadores que nuestros ancestros conocieron hace milenios. Así, cada vez que observamos a un gato en nuestro hogar, estamos conectando con una historia milenaria de coexistencia y mutua fascinación.