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DORALI ABARCA
Retazos
Soy la herida de mi madre, rondando por la casa nueva; su desafortunado tormento y su luz de día.
Soy las batallas que nunca gano, las sombras que recorrió por años.
Soy la fuerza de mi madre, su lucha inmensa.
Soy el ayuno de mi abuela en cuaresma, su preocupación por el otro, la caridad en su voluntad.
Soy la libertad que un día peleó, su rabia, su reclamo, su súplica.
Soy esa mujer bordada con retazos de otras, la que recuerda—recuerda la deuda histórica, recuerda que no estamos todas.
Soy la que desde la tierra grita hasta quedarse sin voz; la revoltosa, la que llora, la que resonga, la ruidosa.
Soy la hija que mi madre tejió, que mi abuela cultivó.
Las luciérnagas regresan
Que el antojo de ir por pan a medianoche no me mate, que las ganas de sacudir mi cuerpo no me maten, que desahogar mis penas a solas, sentada en cualquier banqueta, no me mate.
Que siempre regrese: de la salida del trabajo, de la visita al dentista, de cada viaje al centro de la tierra.
Que siempre regrese a casa.
Que me mueva en espiral, del centro a la periferia, en la oscuridad y a pleno sol; que me mueva como mujer, como negra, como latina, como indígena, como pobre, como trans; como lo que soy, como lo que siento, como lo que me nombra.
Que las voces no se callen, que los gritos penetren, que el fuego arda alto, que las resistencias se unan, que el Estado convulsione.
Rostro’s
Estoy en busca de mi rostro, de uno solo.
Lo he buscado en las misas de domingo, en el puesto de películas piratas, entre la ropa de paca, en la verdura madura del puesto de la esquina.
Lo busco entre los trapos sucios de casa, en la nevera, en el hongo de la pasta abandonada.
Llevo buscándolo en recuerdos ajenos, en álbumes de fotos, en revistas olvidadas, en la memoria tardía que mi casa planta.
Madrugo para hallarlo, pero Dios no me ayuda. No han pasado cien años, pero el mal no se ha ido.
Busco mi rostro en otro rostro: en el de mi madre, en el de mi abuela, en el de mi padre…
Y mi rostro no existe.
Mi rostro nunca fue rostro.
No tengo un rostro.
No tengo un rastro, ni pisadas, ni historia pasada.
No tengo un rostro mojado.
No tengo un espejo.
Tampoco tengo rostro.
Busco mi rostro.
Patria, ya no
No soy de esa patria roja que se maquilla con guante blanco. No soy de ti, patria de unos cuantos, patria dividida, patria sin alma. Tú no eres de mí, no eres del campo, no eres de los rostros desmoronados.
Patria de ellos, patria para ellos. Los que te salvan día a día, los que te cantan y nos matan. Ya no quiero arrodillarme ante tus clavos cubiertos de pétalos. No necesito tu escudo recorriendo las calles, ignorando los restos.
Patria, no te extraño, no te añoro, no te ruego, no te suplico, no te conozco, no te comprendo, no te oigo.
Vivo por la Matria, que levanta.
Matria, la que lucha y resiste. Matria que libera, que abraza. Yo quiero esa matria que cuestiona, esa matria de la que hablan las mías.
Matria, que me llama a gritar que hay guerra, que nos han saqueado, gritar que ya no, que no vivimos, que nuestra tierra no vive, que las infancias no viven, que lxs pobres no viven, que la comunidad LGBTQ+ no vive.
Matria que naces de la tierra, en la esencia del barro germinas la vida que está enraizada en historias sepultadas, donde susurran los secretos de las sombras. Eres la voz de las palabras que se entrelazan con el pasado el eco de las memorias.
Tú que tejes con los hilos de las que ya no temen revelar su verdad, una matria que resurge de las profundidades, recordando a todos que la tierra y sus hijxs son una sola voz indomable.