Óscar Édgar López
Si le hiciéramos caso a los puristas usted estaría persiguiendo algún mamut y yo trazando garabatos en mi caverna… ¡Ni eso!, pues no “seríamos”. Es lo impuro lo otro diferente a lo puro, a lo estático y absoluto, que produce revisión y lleva a modificar. ¿Los hombres santos no llegaron a ello precisamente por la experiencia del exceso?, ¿no es también la ciencia una constante observación del error?, ¿acaso no es todo acto humano: movimiento, falla, error, cambio?, ¿no es precisamente el cambio, producto de la prueba-error, lo que hace prosperar la propagación de las especies, incluida la nuestra? Nada permanece, nada es puro, el todo nace de la mezcla, el absoluto no es nada sin la nada.
Los fenómenos que atañen a la humanidad (la cultura, el lenguaje, la sexualidad), en lo que tienen de fundamentales, pueden permanecer detenidos en la periodicidad del tiempo humano, por ejemplo el apetito o la sed, las maneras de satisfacerlas hacen que estas necesidades de supervivencia conformen el cómo y el qué de las existencias particulares, pues son tan diversas como pelos tiene un gato. Nos guste o no, las minorías conforman ahora la enorme mayoría, tripulan y capitanean el barco. Esta inversión de lo que era “normal, aceptable, reglado” a “cerrado, obtuso, purista” molesta a muchos que quisieran creer a ciegas en los decires de abuelita: “todo tiempo pasado fue mejor” o “así es como debe de ser”.
Estos devotos de la RAE consideran que el lenguaje debe permanecer inalterable, toman por vejación lo que es uso; no hago una defensa acérrima de la corrección idiomática, porque entiendo que la lengua (no sólo el lenguaje) es un animal que vive en la boca de los hablantes y que siempre está trepando las ramas del día a día. Algo de lo que se precian muchos: “el albur” no es sino lenguaje en movimiento, en modificación, en polisemia. Luego están los puristas de las tradiciones, que le niegan azúcar a los niños, los puristas de la pintura que sólo tragan óleo y bastidor y así ad nauseam.
No es lo mismo ser purista que establecer vínculos con la tradición, este comprende que la vista al retrovisor le hará avanzar con más seguridad al frente. El artista Boris Johard Medina es uno de estos últimos: un visionario que revisa el pasado, un académico que propone rutas novedosas. Su trabajo orbita entre el simbolismo francés y en muchos casos el pop, o el Lowbrow, también suele cazar imágenes de un delicioso gusto decadentista, con aires de Julio Ruelas, Félicien Rops. Esta mujer tan dulce y ensombrecida es Mina Harker, dama dulce trastornada en vampiresa o quizá la habita el absurdo abismo. Destacan en la obra: la armonía compositiva de valores clásicos, la atención protagónica en el rostro, el equilibrio entre mancha y línea y el uso del alto contraste que manifiesta un uso adecuado de sus disposiciones materiales.
Conviene seguir la pista a Boris Johard Medina, dirigir la atención a su obra nos regala con intensidad pasiones humanas y laberintos mentales, objetos estéticos para no volverse un tonto limosnero de lo pasajero y que la carcacha del devenir no truene los neumáticos con los ponchallantas de quienes claman pureza, ¡la muy cascaruda aún tiene marcha!