ENRIQUE GARRIDO
Siempre que tengo problemas para escribir recuerdo aquella idea que le atribuían a Gabriel García Márquez sobre “agarrar por el pescuezo al lector y no dejar que se nos escape antes del final”. Ésta es la imagen que veo en mi cabeza: ustedes intentando salir de esta columna, luchando por alcanzar esa “espantosa equis” a la derecha mientras yo los someto para no hacerlo, para que terminen la lectura, para que valga la visita, para que cuente en el numerador.
No se trata de algo sensual como la asfixia erótica, la cual se llevó a Michael Hutchence (vocalista de INXS) o David Carradine (Bill en Kill Bill de Quentin Tarantino), pese a que me imagino portando una máscara de colores; sin látigo, pero con botas; con posiciones, pero sin Kamasutra; con juguetes, pero no vibradores, sino de esos que se producen en masa, para la banda, los que padecimos el error de diciembre, de quienes no podíamos costear los juguetes de Matel y Mi Alegría. Se trata de un juguete que emula a un Santo.
En la década de los 50, el escultor y tallador de madera Mario González creó la base de uno los juguetes más populares que han existido en México. Me refiero a los famosos luchadores de plástico, esos que eran muy baratos y encontrabas en cualquier mercado. Su característica pose se la debemos a quién más que al mero, mero Enmascarado de Plata: El Santo (quien posó así para la revista Box y Lucha). Que representa la guardia que los luchadores usan, de hecho así es como inician la mayoría de las luchas, pues suele ser el primer agarre.
Sin duda la Lucha Libre es uno de los aspectos más representativos de la cultura mexicana. Con orígenes en la antigua Grecia, donde, cuando se agotaba el silogismo siempre había un tirabuzón para llegar a la verdad; a México llegó por allá del siglo XIX con demostraciones de lucha grecorromana realizadas en sitios públicos como el Palacio de Buenavista (hoy Museo de San Carlos), La Plaza de Toros y el Circo Orri. Fue hasta 1933, cuando, en uno de sus viajes de trabajo como agente tributario (algo bueno que dejó Hacienda), Salvador Lutteroth González asistió a una exhibición de lucha en El Paso, Texas, apostando por ese deporte-espectáculo para México y fundando la “Empresa Mexicana de Lucha Libre”, renombrada como “Consejo Mexicano de Lucha Libre” (CMLL).
Así nació uno de los deportes más espectaculares y varios de los superhéroes nacionales, esos que no requieren poderes. Llaves y disciplina eran suficientes para someter al mal, para detener las amenazas; esos que no escribió Stan Lee y que no son producto de la “Era nuclear”. A diferencia de los Superman o Batman, a los luchadores era posible verlos luchar cada semana, en esas luchas para todos, pues lo mismo entran los rudos que los “exóticos” (esos luchadores travestis, el más conocido Cassandro, quienes fueron arropados por el gremio y la gente).
Yo fui producto de esa clase trabajadora que tenía muchos luchadores de plástico y que asistió un par de veces a las funciones, recuerdos que atesoro con gran cariño. Rubén Darío sería uno de lo que cultivó el arte de la columna en los medios de América Latina. En palabras de Graciela Montaldo, el tipo de columna de Darío “sacó la escritura de la biblioteca a la calle, la hizo pública”. Para mí, los luchadores de plástico y la lucha libre hicieron algo similar, acercaron la cultura, la teatralidad y el arte a las grandes masas, y eso siempre se agradece…
El réferi cuenta uno, dos, tres…levanta los brazos y señala el fin de la columna.
La referencia de David Carradine para los que somos pre-Tarantino era con la frase “mi pequeño saltamontes” por su papel en la serie setentera Kung-Fu que fue su lanzamiento a la fama 😀