ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
Muchos tontos obtusos gustan de despotricar contra los pueblos y las rancherías, dicen que ahí se vive en el atraso y, en el colmo de su estupidez, arguyen que no hay diversión. Aunque es verdad que las zonas rurales en México sufren la pauperización y la falta de oportunidades económicas y educativas de las que pueden presumir las urbes (que en este país se cuentan con los dedos de una mano y tienen también grandes índices de marginación y miseria), además de una pujante industria del entretenimiento y el vicio; es el mundo rural el que nutre y da identidad a la metrópolis, las ciudades no están conformadas de puros nativos, sino que su crecimiento demográfico se debe a la movilización interna de individuos ya sean desplazados por las políticas extractisvitas y neocoloniales o por iniciativas similares que el capitalismo salvaje impone a las existencias más jóvenes.
Estos movimientos de personas que buscan sostener sus vidas y las de sus familias son tan antiguos como la humanidad misma, ya conocemos los estragos de la migración al norte mundial, pero se han visto acrecentados y estigmatizados en las últimas décadas gracias al avance de proyectos de estado esclavistas, populistas y serviles de los grandes imperios económicos, zares de la globalización. La movilización interna afecta también al país, al impulsar una gentrificación al interior que mina lo mismo que la invasión de extranjeros y sus poderosas monedas. Ahora el éxodo no es sólo de los pueblos a las ciudades, sino de las ciudades a los pueblos y ciudades pequeñas.
Una de las comunidades con tradición migrante, desde el siglo XVIII, que constantemente fluyen a centros urbanos del centro occidente mexicano es la wixárika (más conocidos por el término occidental: huicholes). Es común ver a personas pertenecientes a este grupo étnico ofreciendo sus artesanías y medicina tradicional en calles y plazas, también escuchamos su música en fiestas y en cantinas y, aunque los gobiernos puedan saludar con sombrero ajeno en el extranjero al hablar de “los pueblos originarios y sus culturas” (véase el caso de Santos de la Torre), la verdad es que es la pobreza y el anhelo por una vida digna lo que moviliza a estos nómadas perenes.
El artista nómada Pablo Márquez Trejo refiere a un relato esencial de la cultura wixáriKa en su litografía “Makuipa”, según esta historia los dioses enviaron de cacería a cuatro jóvenes que eran los cuatro elementos: aire, fuego, agua y tierra, para encontrar alimento que saciara el hambre de la población: Kauyumari, el venado azul, saltó de los matorrales justo en el momento en el que los cazadores comenzaban a desesperarse. El animal sagrado avanzó por cinco puntos (portales) hasta llegar a Wirikuta (Real de Catorce, en San Luis Potosí), en donde vertió su sangre para que naciera la deidad vegetal que es el Hikuri (peyote, lophophora willamsi), con el que los wixaritari saciaron su sed y hambre. El venado azul llegó a Zacatecas, en donde se encuentran dos centros sagrados, el Cerro de la Virgen y el Cerro del Padre (sus nombres mestizos), el segundo en su lenguaje se llama Makuipa, y se trata de una loma no muy pronunciada en un punto de importante y peligroso crecimiento urbano. En este lugar llegan las peregrinaciones anuales de wixaritari rumbo a Real de Catorce, él mismo que desde hace unos años se ve amenazado por intereses nada éticos, sin ninguna responsabilidad social o cultural, de empresas constructoras y de gobiernos vendidos. El año pasado, 2023, se analizaba la posibilidad de declarar a este cerro como zona natural protegida. Lo que es cierto es que se encuentra amenazado este lugar ceremonial por el crecimiento voraz de lo que es la ciudad capital del estado de Zacatecas, que si bien no es una “gran urbe” se comporta vilmente como si lo fuera.
En la litografía de Márquez podemos apreciar la figura de Kauyumari en una pose de gallardía y fortaleza sobre las lomas de Makuipa, también algunos elementos vegetales y el fuego sagrado iluminando el corazón de los dioses. Técnicamente Márquez hace gala de una composición equilibrada en la que distinguimos dos ambientes que vienen a confluir en uno sólo que es la tierra, así como un conocimiento de la técnica litográfica en la que se despliegan diversas saturaciones desde el negro profundo al blanco absoluto pasando por los medios tonos en grises, así también una diversidad de líneas que sugieren movimiento, concentración y templanza. La obra de Pablo Márquez Trejo es una oportunidad para pensar en nuestros orígenes y en nuestros destinos, que aunque inciertos bien pueden adivinados.
Autor: Pablo Márquez Trejo
Técnica: Litografía sobre papel
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