
REEL BUNBURY
En alguna ocasión, cuando era niño, escuché a alguien decir que la vida tenía voluntad propia, un impulso cruel, y que solo unos podían descifrar su lenguaje o, mejor dicho, indicios que se manifiestan de diversas formas… las personas nos hemos relacionado con esa voluntad, quizás, al caer en sueños.
Comúnmente tomo el camión a las siete de la mañana, pero hoy tuve la suerte de levantarme temprano. Son las seis con veinte y el camión no va tan lleno. Mucha gente ha caído en un estado onírico, común para los viajeros. Es algo que ya había visto, pero no tan detenida, no contemplativamente. —Seguro es Morfeo haciendo de las suyas— comenta un pasajero. Al parecer, una señora tiene una pelea a muerte con el dios jejeje, eso sí, no suelta su bolsa. Hay un señor que balbucea cosas sin sentido ¿acaso se quiere manifestar Dios? ¡Qué curioso que de los veinticuatro que vamos en la ruta, dieciocho están en contacto con él! Es raro que todos estemos conectados por el sueño.
Creo que la voluntad, también, se ha manifestado en mí. He caído…
¿Han experimentado esa sensación de saber que algo malo ha pasado, pero no saben qué?
He llegado a mi trabajo.
Son las 10:28 en este aparato que representa el sonido de las personas. Colocado en la ventana del pasillo por si alguien marca. ¿Alguna vez te ha causado miedo el timbre del celular? Es una sensación de angustia por no saber qué hay detrás de ese estruendo, por desconocer quién es el emisor del próximo mensaje, llamada o correo.
El puesto de hamburguesas en el que trabajo casi todo el día es frío, la gente que labora aquí es rara. Casi no se convive, de hecho, no conozco a nadie. La señora Vero —creo—, que trabaja ahí, hace ruidos peculiares, extraños, sin sentido; o quizá sea yo… tal vez tengo miedo. No sé, me siento raro, veo borroso. Hay algo que me incomoda.
Son las 10:33 y mi teléfono suena, el temor regresa. Al contestar escucho una voz femenina, quebrada y destrozada. Es mi cuñada. Ella no puede articular bien las palabras, parece que no quiere decir nada. Estoy paralizado. Creo entender que mi esposa ha tenido un accidente. No sé qué me pasa. ¿Es recuerdo? ¿Es el presente? ¿Va a pasar?
En el transcurso de mi trabajo hacia el hospital, mi cabeza se llena de ideas exageradas: amputaciones, derrame cerebral, parálisis, muerte… Al bajarme del taxi, solo a unos cuantos metros de la puerta del nosocomio, los familiares de mi esposa, sumergidos en el negro de su ropaje, me hablaron sin mover sus labios. Me dijeron todo sin usar palabra alguna. La hermana de mi chica se acercó con temor ante mi reacción. Trató de explicarme y darme los detalles de eso que me está doliendo. — ¡Tenemos que enterrarla ya! está irreconocible—. Morí. Circe, mi amor, me quitó todo: sentimientos, emociones, ganas, deseos; mi vida.
La ansiedad me arropa, me siento mal.
Tres horas han transcurrido. Fui con un amigo que se dedicaba a vender féretros. Escogí el más hermoso, el más perfecto, el que solo ella podría utilizar. Pero… una pregunta regresó mi mente a mi desgracia. —Y para tu hijo, ¿cuál? No puede ser. —Lo siento mucho, Alex también se fue. —¡Qué está pasando! Mis temores, mi amor, mi locura… He visto a mi hijo. Tendido, seco, sin vida. No lo soporto.
Transcurridas cuatro horas de mi espera, por fin llega el resplandor de sus cuerpos sin vida, previamente preparados para reposar eternos dentro de esa fosa. El cementerio se ve con mucha luz, ¿acaso no es una falta de respeto para mi dolor? No fui capaz de permanecer ahí. Mientras yo me embriago de tristeza, ellos siguen recibiendo las últimas flores.
A lo lejos creo escuchar En brazos de la fiebre, no estoy seguro, pero creo recordar que esa canción sería el preámbulo de mi muerte. Tras horas de sumergirme en alcohol, llanto y fiebre; llegaron a mí sus “Hola muñeco”, “papi, te quiero mucho, que descanses”. Alucino intentando saber lo que ellos estaban sintiendo en ese momento. Cómo estarán. ¿Existirían a pesar de morir? De pronto, un estallido. El vino empezó a derramarse sobre el tocador. El brillo de los vidrios, regados en el piso, fueron la puerta hacia el paraíso, el umbral para unirme a ellos. La sangre desbordaba en mis muñecas, en mi ropa, en mí. Me desvanezco… Veo sin ver.
—Fernando, Fernando—, una voz lejana llena mi corazón vacío de esperanza. —Fernando, ¿qué tienes? Abro los ojos y siento que caen lágrimas en mis mejillas. Al voltear solo veo la silueta de una mujer y en la ventana un celular marcando las 10:29.
—Bajan, bajan —He llegado a mi destino.
Creo que también caí.