FROYLÁN ALFARO
Actualmente con el avance de la tecnología en el ámbito de la realidad virtual la reflexión filosófica cobra relevancia, sobre todo en los dilemas éticos que trae consigo, para adentrarnos en algunos de esos problemas, viajemos un poco en el tiempo.
Imaginemos, querido lector, un futuro (posiblemente no muy distante) en el que la nueva revolución tecnológica ha cambiado el concepto de realidad con las Máquinas de Experiencias. Estas cabinas, revolucionarias en su diseño, permiten a cualquier individuo entrar en un mundo de simulaciones tan vívidas que la línea que separa lo real de lo ficticio se desdibuja completamente.
Inicialmente, estas máquinas están al alcance de pocos, ya que sus precios son prohibitivos. Sin embargo, el área de Servicios Sociales, en este futuro, comienza a ofrecer acceso gratuito a las cabinas para aquellos que se encuentran en depresión. Las personas son invitadas a tumbarse en un cómodo sofá, colocarse un casco especial y dejar que las simulaciones generadas por la máquina inunden su mente con imágenes y sensaciones. Es como soñar, pero con la precisión y el control de la tecnología más avanzada. Se puede volar sobre las montañas, sentir el refrescante sabor de un tarro de cerveza o experimentar el éxtasis del tantra, todo sin moverse del sofá.
Por supuesto que el éxito de las máquinas fue inmediato. Pero como todo avance que mueve las fibras más sensibles de la condición humana, surgieron importantes desafíos. El uso de las cabinas se volvió tan popular que el gobierno se vio obligado a imponer restricciones: no más de media hora por semana sin una receta médica.
El verdadero problema comenzó cuando, de manera inevitable, se planteó la comercialización masiva de las Máquinas de Experiencias. Al comercializar las máquinas las ventas fueron un éxito y la antigua restricción de tiempo no fue más que algo del pasado. Aquellos que pudieron permitírselo pasaron días, incluso semanas, conectados a las máquinas. Al regresar al mundo real estaban cansados, con el cuerpo maltrecho y la mente con ansia de volver a sumergirse en las simulaciones.
Pero eso no es todo, pronto los más adinerados llevaron el uso de las máquinas a extremos no vistos. Se contrataron equipos médicos para que los mantuvieran vivos mientras sus mentes permanecían inmersas en un continuo estado de simulación, lo que prolongó las experiencias durante meses enteros. Sin embargo, nada podía mitigar el impacto devastador de abandonar estos sueños y enfrentar nuevamente la realidad, siempre decepcionante en comparación. Por supuesto, que algunos evitando este mundo gris y falto de emoción, optaron por no volver jamás. Estos individuos programaron las máquinas para mantenerlos en un estado de sueño perpetuo, hasta que sus cuerpos, incapaces de sostenerse por más tiempo, envejecieron y murieron, todo mientras sus mentes permanecían atrapadas en paraísos virtuales.
Está pequeña historia tiene su origen en distintos relatos de ciencia ficción y el filósofo norteamericano R. Nozick fue uno de los primeros en argumentar algunas de sus implicaciones éticas. Por ejemplo, usted lector, ¿usaría estas máquinas? ¿Preferiría el placer o la verdad? Según Nozick la mayoría preferiría la verdad y considero que quizá tenga razón, pero si damos un vistazo a nuestra actualidad, el panorama parece algo desalentador. Tenemos pequeñas Máquinas de Experiencias en forma de redes sociales, drogas, shows televisivos, etc., y, aunque su funcionamiento es un poco distinto, el objetivo es el mismo. Entonces, deberíamos preguntarnos más seriamente: ¿preferimos el placer o la verdad? Saque usted mismo sus conclusiones.