SARA ANDRADE
Hace muchos años yo tenía una amiga de Siberia.
Nos conocimos por nuestro amor mutuo por Sherlock Holmes. Sucedió casi de manera fortuita, como todas las amistades. En algún momento yo escribí una post en Tumblr, ella me respondió, comenzamos a mandarnos mensajes y, en un momento de eufórico cariño, le pregunté que si podía enviarle un libro a su casa. Recuerdo que ella me contaba que estaba aprendiendo español y yo, en ese momento, estaba aprendiendo ruso (aunque lo mío fue efímero; a las dos clases hui del centro de idiomas). Así que nos pusimos de acuerdo en que ella me enviaría un paquete con un libro y yo con otro.
Eso fue hace casi 14 años. Yo no tenía la menor idea de cómo funcionaba eso de mandar un paquete a Rusia, por no decir Siberia, el lugar más lejano que conocía. Se me antojaba como una tierra congelada, llena de edificios habitacionales, babushkas con pañuelos en la cabeza, muchachos blanquísimos con ojos sagaces y a mi amiga, como la muchacha de LoFi Radio, pasando la mirada de la computadora donde hablaba conmigo a la ventana de su cuarto. Así que hice el esfuerzo por mandarle cosas que representaran a mi ciudad.
Le mandé un libro de cuentos de Amparo Dávila, un broche wirárika, de chaquira azul, una serie de postales del centro de Zacatecas, una bolsa de dulces de melcocha, una botellita de licor de tuna y otra de mezcal. Y encima de todo, una cartita escrita en inglés, contándole todo lo que le estaba regalando. Lo junté todo en una cajita a lo largo de un par de semanas y, luego, cuando ya tenía todo listo, me fui a Correos de México, sin saber qué esperar.
Les dije, inexperta: Quiero mandar un paquete a Rusia.
Recuerdo que me miraron con algo de duda. ¿A Rusia? ¿A Rusia a dónde? Al Óblast de Novosibirsk, les dije. Ellos fueron los que me dijeron, sin dejar de estar sorprendidos. ¿Por qué quieres enviar algo a Siberia? Yo ni siquiera había entendido que quería mandar algo a Siberia. Pero me ayudaron de todos modos. Revisaron mi paquete, me miraron con recelo cuando vieron las botellas de mezcal, me preguntaron quién era Anna, mi amiga del internet, se emocionaron conmigo cuando les dije que ella también me iba a mandar algo y, cuando cerramos la caja, recuerdo que pegaron una tira de sellos postales con la imagen de unas mariposas monarcas, como símbolo de ese detalle, hecho solamente del pequeño cariño que existe entre dos chicas con un gusto en común.
Al final, nuestra relación se disolvió. Anna borró su perfil, la vida siguió su transcurso, me olvidé de ella. En mi librero tengo sus regalos (dos libros en ruso, una postal, un broche dorado en forma de conejo). Pero cada vez que pasó por el edificio de Correos de México, siempre, siempre, pienso en ella. Espero que todavía piense, de vez en cuando, de su amiga de México que le mandó una botella de licor de tuna y que le dijo, con toda la sinceridad del mundo, que la esperaba con los brazos abiertos, en caso de que un día quisiera venir a Zacatecas.