MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
¿Ha habido alguna vez que sí has querido regresar?, me pregunta M. De fondo están mis amistades cantando en el karaoke, frente a mí tres de mis amigas de la infancia conversan y se ríen. Algunas amistades de la facultad también están aquí, en casa de mis padres, en el patio: conversan, ríen, cantan. Estamos juntos en mi despedida. Sí, claro que ha habido veces que he querido irme, le contesto.
He ahí la cuestión, el engaño que ahora está detrás de los verbos ir y regresar.
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Estoy buscando algunos apuntes que hice a partir de canciones. No están en los cuadernos, tampoco en la agenda del año pasado. Empiezo a creer que estaba en un archivo word que eliminé y, como tengo una obsesión con no almacenar nada –ni en digital ni en material–, dicho archivo eliminado no está en el “basurero” de la laptop porque lo limpio mensualmente.
Las canciones eran –finjamos sorpresa– “Hasta la raíz”, “Me voy de casa” de Natalia Lafourcade; “Mudanza” de Ruzzi con Natalia; “La raíz” y “Un hogar” de Valeria Castro”, y “Brindo” y “Aquí” de Silvana Estrada.
Lo que quiero decir al compartir estos títulos es que con la música y con la literatura, constantemente me atosigo la mente y el corazón con la sensación de estar partida en dos.
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El año pasado, en enero del 2023, con todo y el cansancio, la frustración y el enojo acumulado y una creciente sensación de soledad, quería regresar a Madrid. Quería volver y ahora me doy cuenta que, en parte, quería probarme que sí puedo hacerlo todo: tener trabajo, mantenerme en esta ciudad, tener proyectos, hacer el doctorado, seguir escribiendo, seguir construyendo la idea de vida que me había imaginado, una casa y una relación. Sobra decir que varios elementos de la lista se fueron con el año. Y en cuanto a irme, es obvio que había un deseo y voluntad fuerte de tomar ese primer vuelo en septiembre del 2021, con la ingenuidad de muchos proyectos. Cuando me ha preguntado M. si quiero regresar, me doy cuenta que no sé cuál verbo ocupa cada país: ¿regresar a Madrid o regresar a México? ¿De dónde me estaría yendo y a dónde estaría regresando?
La verdad es que en esta ocasión dejar atrás Monterrey –con todo y su contaminación que vuelve inhabitable la ciudad– fue mucho más difícil. Muchas veces he dicho, con mis amistades y en análisis, que no puedo volver a esa ciudad, que no tiene nada que ofrecer. Ese es otro engaño. Más allá de si la ciudad es hostil, que está en crisis ambiental y de agua, que tiene un récord en violencia y un gobernador inepto, es la ciudad donde están mi familia, mis amistades, mis memorias y mis raíces. Trato de ser fuerte y no pensar que estoy dejando lo que yo más amo para probar mi suerte… Es mentira que no ofrece nada; me ofrece una compañía, unos afectos y una estabilidad. Que pueda o no quererlo, esa es otra cuestión. Pero cuesta dejarlo atrás, una y otra vez, y reafirmar esta decisión en cada crisis de ansiedad o noche de insomnio de vuelta en Madrid.
Son casi las dos de la mañana. J. y yo estamos sentados en la barra de la cocina, platicando. Se despide de mí deséandome que en este año pueda encontrar lo que busco. El asunto es otro, le digo. Ya no sé qué estoy buscando, y estoy quemando tiempo y recursos. Tengo claro que quiero cerrar este último año de residencia, que enero 2025 es la meta para sentir que he concluido y sacado un beneficio legal de España. Pero más que encontrar lo que busco, lograr mis metas, necesito decidir dónde quiero poner los dos pies. Quiero dejar de sentirme partida.