DANIELA ALBARRÁN
Cuando leí Desde los Zulos, de la escritora hidrocálida Dahlia de la Cerda, sentí que me voló la cabeza. Tuve esa sensación única de que alguien te está escribiendo directamente a ti, así de personal. Es un libro de ensayos, y aunque este género es sumamente complejo, permite entender el discurso de las personas: cómo piensan y hacia dónde se dirige su literatura. No leí Perras de reserva porque no suelo ser lectora de cuentos, pero decidí darle una oportunidad a Medea me cantó un corrido para entrar en el trend y, de paso, evitar el FOMO.
Antes de adentrarme en el libro, quiero mencionar que hace unos meses leí Corridos tumbados, bélicos ya somos, bélicos morimos de José Manuel Valenzuela Arce. Esto me permitió entender el corrido como una estética que busca visibilizar la violencia en el país. Más allá de estigmatizar este género musical, considero que es importante entenderlo como una narrativa que expresa, resignifica y da identidad a las juventudes precarizadas y racializadas.
Ahora bien, como primer punto: el libro está muy bien escrito. Dahlia tiene la capacidad de narrar y envolver al lector en sus historias, lo cual considero uno de los puntos más fuertes del texto. Su lenguaje es accesible, y es uno de esos libros que te permiten «apagar el cerebro» y visualizar la historia como si fuera una película. La narrativa es muy visual y, a mi parecer, también muy sistemática, tejida punto a punto para gustar o incomodar en gran medida. Sin embargo, no sentí esa visceralidad que experimenté con Desde los Zulos. Entiendo que el ensayo permite mayor libertad creativa, mientras que el cuento requiere ser estructuralmente perfecto. Y en este sentido, los cuentos de Dahlia lo son: estructural y narrativamente impecables.
Como segundo punto: me encanta que su escritura provoque enojo en ciertos sectores, como la crítica literaria. Sin embargo, aquí surge mi primera reflexión. Considero que, aunque Dahlia proviene de un contexto underground, sus cuentos apelan, en cierto grado, a un purismo literario. Esto me lleva a pensar en un fenómeno similar al que ocurrió con Mariana Enríquez hace unos años, que era una escritora considerada de culto y de pronto dejó de serlo, no por sus ventas, sino desde la forma de escritura.
¿Por qué la considero una purista? Por la técnica de sus cuentos. Si bien están perfectamente elaborados, no arriesgan en forma ni en fondo, y eso, como lectora, me molesta un poco. Me gusta leer textos que se atrevan, que jueguen con las formas, que además de entretenerme me hagan pensar y me desafíen. En Desde los Zulos, Dahlia me vendió una escritura desde la herida, desde las entrañas. Aunque entiendo la importancia de la estructura y la forma en un texto, siento que en este caso hay una complacencia hacia un sistema literario, complejo y nepótico como el mexicano.
Además, Medea me cantó un corrido me parece que ofrece una visión maniquea de lo que (quienes no vivimos en ese contexto) imaginamos que es la violencia del narcotráfico. Elaboro: afortunadamente, no vivo en un contexto tan violento ni tengo personas cercanas que lo hagan. Sin embargo, veo las noticias y puedo imaginar cómo es vivir en esas circunstancias. Esta visión es la que me transmite el libro. Aunque reconozco el trabajo etnográfico que realizó la autora, creo que la perspectiva es limitada y simplifica tanto la violencia como el barrio.
Los personajes de las historias son, en su mayoría, arquetipos: la niña de “barrio” que se siente “fresa” por su cabello rubio oxigenado, la hija de un policía cuyo novio es narcotraficante, o la chica guapa que deja su pueblo y termina siendo “sugar baby” de un narco. Son personajes que carecen de matices, que no permiten explorar más allá de esa visión preconcebida de lo que significa ser de “barrio” o vivir en un contexto violento.
Esto me lleva a otro punto: no entiendo esta especie de «barriómetro» que mide quién tiene más barrio que quién, pero es innegable que ser “de barrio” está de moda. Por ejemplo, figuras como Beli Belica, completamente blanqueadas, adoptan estéticas y narrativas de barrio desde una posición que no les pertenece, lo cual me parece falso.
Dicho esto, reconozco que Medea me cantó un corrido es un libro ideal para disfrutar durante vacaciones o en momentos en los que simplemente se busca una lectura ligera y entretenida.