
ENRIQUE GARRIDO
Platón, con la “Alegoría de la caverna”, señala que hay algo más allá de lo que se ve. ¿Es posible confiar en el ojo por completo? Jacques Derrida, mientras explora en un texto las partes del cuerpo, se detiene en la función del ojo: «además de ver, llora, y tal vez tenga mucho más que ver con lo humano que el ojo llore a que el ojo vea».
Alrededor del 60 por ciento del cuerpo se compone de agua. ¿Cuánto de esa cantidad es llanto? Las lágrimas liberan, quitan presión, desahogo cuando desbordamos de tristeza, alegría, empatía, realidad; lubrican al ojo, le ayudan a ver con claridad mientras forman pequeños ríos en el rostro. ¿Entonces, por qué son tan mal vistas? En una cultura basada en la fortaleza, lo bélico, lo productivo, lo resiliente, llorar es debilidad, un espectáculo en las redes, manipulación y sensiblería. Al igual que la risa, su contraparte, el llanto deforma el rostro, lo expone, lo exhibe en sus pliegues.
Durante su discurso radial en 1945, el emperador Hirohito exigió a los japoneses “soportar lo insoportable y sufrir lo que no es soportable”, entretanto, la nación era sometida a una humillante rendición tras un colapso económico producto del final de la Segunda Guerra Mundial. Japón, hoy en día, es uno de los países con mayor índice de productividad, y mucho se lo deben a ocultar sus sentimientos, pues se rigen bajo el principio de actuar en colectivo y anteponer el bien del grupo frente al del individuo. Por ello, desde pequeños les enseñan “Nana korobi ya oki” o “Siete veces te caes, ocho te levantas”. Frente a tal exigencia, que se ha extendido a otras partes del mundo gracias a las redes, el colapso es inminente.
Hiroki Terai organizaba ceremonias de divorcio para parejas donde los participantes experimentaban una catarsis emocional al destruir simbólicamente sus anillos de boda, liberando emociones reprimidas. Inspirado en los efectos positivos del llanto, decidió crear sesiones grupales sólo diseñadas para fomentarlo como una herramienta terapéutica. Así nació la terapia Rui-Katsu (combinación de las palabras japonesas “rui” [lágrimas] y “katsu” [actividad o acción]), la cual favorece a la salud mental de los participantes, y contribuye a cambiar la percepción cultural sobre el llanto en Japón.
Terai es considerado un “namida sensei” o “profesor de lágrimas”. A través de estímulos como películas, videos, o lecturas busca desarticular las barreras emocionales y psicológicas que tenemos frente al llanto, pues, de acuerdo a un estudio de Frontiers in Psychology, mejora nuestro humor, incluso resulta ser más efectivo que un antidepresivo para mejorar el estado de ánimo. Desde 2013 ha visto llorar a personas en colectivo, pues parte de la liberación radica en hacerlo frente a otros, superando la vulnerabilidad como variante de cobardía.
Lord Byron en “El poema de las lágrimas” escribe que “podrán los labios engañar, fingiendo /una sonrisa seductora y falsa, / pero la prueba real sólo se muestra/con una lágrima”. La Rui-Katsu ayuda a liberar a los ojos, ver como humanos. En la sociedad del cansancio, descrita por Byung Chul Han, donde el estrés, la autoexigencia y la fortaleza son percibidas como positivas, el llanto es aislado, liberador y personal, es la traducción de un lenguaje intangible, es el mensaje en una botella desde el fondo de nuestro océano interior.