
J. COFFEE
El teléfono vibró. La tarde era color naranja como las que se usan en publicidad engañosa. Aunque el calendario decía primavera, el seco calor no invitaba a pensar en flores, mariposas o abejas sino en huir. La plaza parecía como un gran escenario detenido, lo habitual, pero suspendido por minutos. La exigente vibración mecánica manifestó dos veces más la urgencia de algún remitente que esperaba atención del otro lado.
En una ciudad devoradora de sueños encontrar un teléfono era raro, pero perderlo, era común. Era como perder un miembro infectado por recuerdos, contactos y mucha basura que le resulta importante sólo al amputado. Es fácil ser honrado cuando no hay nada más importante que lo impida y Juan Manuel poseía muchos impedimentos para regresar aquel aparato, incluyendo deudas y esa maldita condición. Después de tomar el artefacto echó un vistazo alrededor nomás por si alguien lo reclamaba, por fortuna, una ausencia de almas lo hacía imposible.
El teléfono se bloqueó por varios intentos fallidos, pero no por mucho. Una de las probables combinaciones por defecto desbloqueó como fondo de pantalla la foto de una joven sonriente de grandes y negros ojos. El ícono verde tenía tres mensajes, el número rojo latía como una advertencia para el indiscreto portador que no dudó en pulsar con su índice.
La aplicación le reveló a Juan Manuel que los mensajes provenían del mismo número sin registrar. Eran tres notas de voz que el inocente usurpador no dudó en escuchar y una vez sentado en la banca más inmediata, habiendo bajado el volumen y pegando la bocina a su oreja apretó el triángulo de reproducción.
−Anita, ¿dónde estás? debemos arreglar esto. Estoy comenzando a preocuparme, por favor repórtate. ¿Mañana saldremos en bicicleta? Contéstame, Anita, voy camino a buscarte.
Juan Manuel sintió curiosidad por esa versión de la realidad que empezaba a parecerse a un cuento de esos que se leen en los teléfonos mientras sucede la aburrida vida real. No dudó en apachurrar el “play” para escuchar la segunda nota.
−Ana, vamos a solucionar esto, no todo está perdido. Ya limpié todo, no quedó ningún rastro, yo también me siento muy mal, pero te prometo que vamos a superarlo. Ya no hay vuelta atrás, lo lamento. Por favor, comunícate. No te encuentro en ningún lado, te llevaste las llaves del local de las bicicletas, me falta revisar ahí, no sé qué más hacer, de verdad estoy preocupado, voy para allá.
Cualquiera cuenta con un instinto gatuno que puede reprimir o liberar según lo permitan sus circunstancias y en este caso, la condición del que manipulaba el aparato nunca lo dejaba reprimir curiosidad alguna. La voz en la bocina ahora sonaba más quebrada y con menos esperanzas de respuestas.
−Ana, estoy desesperado, no puedo abrir el local, ¿estás ahí? todo pasó muy rápido y estoy muy arrepentido. ¿Quién era ese tipo? Por favor, Anita, respóndeme, voy a tumbar la puerta si no sales. No tenemos que decir nada a nadie, no tienen por qué enterarse. Yo cargo con la culpa, Anita, yo decidí hacerlo así, podemos irnos de aquí y empezar de nuevo. Por favor, Ana, ¿estás ahí adentro? voy a entrar…
Juan Manuel guardó silencio y sintió que el teléfono no pesaba los sofisticados 200 gramos que aseguraba su publicidad engañosa, sino más bien lo que pesa la culpa propia. Volvió a echar un vistazo a aquel escenario suspendido y sólo encontró la misma ausencia de almas y un perro flaco que cruzaba detenidamente como sospechando algo que él todavía no sabía.
La tarde se había convertido en una noche artificialmente naranja y el calor no se había disipado. Parecía que, de noche, las primaveras sin flores se volvían menos notorias. Juan Manuel se levantó y calculó cuánto le podían dar por empeñar aquel aparato. Planeó un banquete, quizás un ventilador de segunda, pagar algo de las deudas que siempre le dejaba su condición e incluso, por qué no, comprar otra bicicleta. El aparato vibró, era otro mensaje del mismo número anterior, sin embargo, ahora una contenta y joven voz femenina pronunció:
−Juan Manuel ¿estás ahí? Esta vez sí salió bien. Te veo en la central, voy en la bicicleta.