Por Daniela Albarrán
Voltear a ver la intimidad doméstica duele. Y es que uno puede ir por la calle viendo a las parejas o las familias en el súper, en el parque, en cualquier lado, conviviendo, riendo y siendo felices, y no es que finjan felicidad, sino que en público la cotidianidad se rompe y la intimidad también. Pero voltear a ver a esas parejas, a esas familias, incluso las amistades más profundas, desde la intimidad, creo que eso es otra cosa: “Me pregunté hasta qué punto era cierto que yo quería a mi hermano. […] Además, en la época en que mi hermano era solo un bebé, yo fingía quererlo mucho para que me dejasen a solas con él. Un día lo puse sobre la estufa caliente. Al sentir que se le quemaba la espalda, él empezó a gritar”.
Siempre había pensado que, en general, las relaciones humanas, además de complicadas, son un mal necesario, y aquí quiero decir que cualquier tipo de relación. Amistades, familia, parejas, todas, creo que en algún punto son problemáticas, y es un pensamiento que recurrentemente me embargaba y que, de alguna manera, me hacía sentir mal conmigo misma. ¿Por qué me molestan, en algún punto, todas las relaciones que conservo? Por qué, en algún momento, siento que no puedo, que no quiero, y que quizá esa compañía no esté dispuesta a sobrellevar.
Hasta que llegó Mi marido, de la escritora macedonia Rumena Bužarovska, y vi que el malestar nauseabundo, en el amor y la amistad, es normal. Este libro está compuesto por once cuentos, no, CUENTAZOS, con mayúsculas; qué gran descubrimiento, reí, lloré, me sentí identificada, en casi cada uno de ellos. Y es que cómo no sentirse identificada, si habla de lo sucio, de lo pueril que puede llegar a ser el amor, y el hecho de relacionarse con alguien, con quien sea, cuyos lazos sean fraternos, sanguíneos o elegidos.
Todos los cuentos son narrados por mujeres, mujeres que están hartas de sus esposos “artistas” o “poetas”, que están hartas de la vida doméstica, y también, ¿por qué no decirlo?, de fingir cariño, comprensión y ternura a personas que son violentas, que las menosprecian, o peor aún, que están en esa relación porque no tienen de otra, porque así es como se supone que tiene que ser, como dos narradoras que hablan con sus madres, y no las soportan, pero tienen que estar ahí porque así es el mundo, porque hay relaciones que aunque uno quiera no se pueden soltar: “Aunque mi marido es ginecólogo, se las da de artista, y esta es solo una de las muchas cosas que me fastidian de él. En realidad, no recuerdo exactamente cuándo empezó a fastidiarme casi todo lo que hace o dice, pero su pose de artista ocupa un lugar privilegiado en la lista”.
La mirada personal, íntima de la escritora, escarba en lo más hondo de las relaciones humanas, y de verdad que les saca toda la mierda, así, sin ningún tipo de tapujo, la saca y se las restriega a cada uno de sus personajes; son cuentos oscuros, dolorosos, pero también muy hilarantes. Esta escritora les dice con permiso a todas las escritoras que han escrito sobre la maternidad monstruosa, y dice okey, sí, pero ese monstruo está aquí y te lo tienes que tragar, o deshacerte de él.
Yo no soy lectora de cuentos, me aburren de pronto las historias cortas, porque a veces siento que a los personajes les falta desarrollo y me cuesta trabajo conectar con ellos, pero de verdad jamás había leído unos cuentos donde cada uno de los personajes estuviera tan bien desarrollado, donde el ambiente, las palabras e incluso cada uno de los títulos compaginara tan bien con la narrativa.
Pienso que estos cuentos son una apuesta a la incomodidad, a escarbar a la intimidad de todos los lectores que se acerquen a ella. Me imagino a la autora gozando con nuestras muecas de asco, o nuestro llanto cuando toca la llaga que vivimos. Y es que estoy segura de que nadie puede permanecer inerte frente a una prosa tan poderosa como lo que escribe Rumena, tan abyecta como hermosa.