DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
La generación de escritores mexicanos llamada Contemporáneos (congregados por una revista del mismo nombre) destacó por la singularidad de sus poetas. La mayoría de ellos ensayaron ideas en torno a la poesía como una manera de expresar el mundo nacida y terminada desde y para el lenguaje mismo; es decir, buscaron escribir un tanto desligados de las situaciones históricas de su momento (la Revolución mexicana, entre otras), y bajo el influjo de autores ingleses y franceses.
Otro de mis autores favoritos de esta generación es Xavier Villaurrutia (1903-1950), principalmente por su poesía y por sus ensayos. En crítica literaria, sus textos en torno a Sor Juana, Nerval, Rilke y López Velarde son aún puntos de partida para profundizar en la obra de tales autores. En teatro, escribió obras fundamentales como “La hiedra” e “Invitación a la muerte”. Su poesía, considero, es punto y aparte. Villaurrutia asimiló las técnicas surrealistas de la pintura y la escritura (Giorgio de Chirico, Breton y Supervielle) y con ello, construyó su propia visión de la poesía.
Recuerdo que uno de los primeros poemas que leí de él fue el “Nocturno en que nada se oye”, un clásico para quienes hemos estudiado literatura en algún momento de nuestras vidas. Aquella vez que lo leí, me impresionó. Fueron dos las razones: la amalgama de imágenes enigmáticas y contradictorias, así como la repetición y el juego de homofonías que expresa el poema. Cuando leí más de su obra, supe que Villaurrutia gustaba de escribir sobre la muerte, las estatuas, la sangre, los pianos, las plazas desiertas, los labios, el fuego y el vidrio.
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
No sé nada y no se nada. Bosque madura, voz quemadura y voz que madura. Para los oídos de un preparatoriano con pretensiones de poeta, estos juegos de sonido son ejercicios formidables de deleite acústico y conceptualización inusitada. La voz como una fruta que alcanza el punto de encuentro con el otro (la maduración). La voz como un mínimo incendio sobre la piel (la quemadura). El bosque como un espacio en que el ser encuentra su encuentro y su extravío (la maduración, otra vez).
Xavier Villaurrutia es un poeta del vértigo. Su poesía nos coloca, en efecto, en medio de un angustioso juego de un espejo frente a otro. ¿Qué se puede reflejar estando dentro de una caja de espejos? Uno mismo proyectado hacia la multiplicación infinita de nuestra imagen, con su eventual desaparición: la nada (“donde nada se oye”).
Nos leemos despúes.