Por Carolina Díaz Flores
La muerte materna es un fenómeno que ha acompañado a la mujer desde tiempos remotos y se da junto con la capacidad para procrear, es decir, es una condición presente en la historia de la humanidad, pero que por fortuna, las agendas políticas desde hace décadas buscan erradicar. En tiempos pasados, cuando la humanidad carecía de conocimientos sólidos sobre el tema, se le consideraba un acto natural, en muchas sociedades se llegó a considerar que todo parto podría culminar con la muerte de la madre y era un acontecimiento bastante frecuente. El concepto de mortalidad materna se ha transformado según aumentan los conocimientos sobre el tema. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como la “muerte de una mujer durante el embarazo o los 42 días posteriores de la terminación de la gestación, independientemente de su duración y tipo de embarazo o su manejo, la cual no sea por causas accidentales o incidentales”.
Desde el punto de vida integral (y no sólo como asunto clínico), la muerte materna se considera como la máxima expresión de injusticia y negligencia hacia una mujer embarazada, pues la experiencia y el desarrollo científico han permitido demostrar que la inmensa mayoría de muertes maternas son evitables si se disminuye la inequidad y con buena praxis por parte de los profesionales de la salud. Además, organismos internacionales como la ONU y la OMS, utilizan los índices de mortalidad materna como un parámetro de desarrollo económico y social de un país. En México, el gobierno federal ha adoptado diferentes estrategias para conocer las estadísticas sobre mortalidad materna y con dichos resultados ha implementado programas para fortalecer la atención médica de las mujeres embarazadas mexicanas; sin embargo, la mortalidad materna no se ha erradicado aún y el trabajo para conseguirlo es arduo, multidisciplinar e integra tanto al Estado como a la sociedad civil.
En términos generales, las tres principales causas de muerte materna: hemorragia, infecciones e hipertensión arterial durante el embarazo (preeclampsia/eclampsia), todas ellas cuentan con factores predictivos que salen a la luz tanto en el control prenatal como durante la atención del parto; sin embargo, es una realidad que la población general ignora dichos predictores, y no sólo eso, el control prenatal, que es la principal herramienta para disminuir la probabilidad de muerte materna, no se ha integrado en el imaginario colectivo como una práctica ineludible para una vida saludable, incluso, lamentablemente muchos de los embarazos no cumplen con el mínimo de consultas de control prenatal (cinco para embarazos de bajo riesgo) y menos aún se tiene la cultura de tener una consulta preconcepcional para garantizar las condiciones ideales para la gestación. Es labor de todos apropiarse de las costumbres saludables durante esta etapa vital, pues la reproducción continúa siendo la máxima expresión de nuestra naturaleza e historia como humanidad.