Enrique Garrido
A finales del siglo pasado hubo grandes representantes de la música pop en inglés. Por esas fechas escuchaba la mítica estación Radioactivo 98.5, donde se programaba rock y solían burlarse de artistas como Backstreet Boys, NSYNC, Christina Aguilera y Britney Spears.
Particularmente, ésta última tuvo un debut impresionante con su primer disco …Baby One More Time, en enero de 1999. Recuerdo en especial la canción que le dio nombre al álbum, en la cual un verso decía: “My loneliness is killing me” (mi soledad me está matando). Como buen escucha de Olallo Rubio y compañía, siempre critiqué la hipocresía del pop prefabricado, por lo que durante su auge cuestioné la honestidad de la expresión. ¿De verdad Britney Spears sufriría la soledad?, ¿ella, la mujer más deseada en su momento?, ¿qué hombre, o mujer, no hubieran querido estar con ella? Años después sabríamos que sí. No se necesita estar aislado para vivir la soledad. De igual forma, dicho abandono emocional, así como el abuso psicológico y físico repercutieron en su salud mental.
En recientes días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció la creación de una comisión de expertos para promover la Conexión Social a nivel mundial; conformada por 11 especialistas, busca combatir la soledad, una nueva pandemia que, progresivamente, afecta a un mayor número de personas y ya se considera uno de los mayores factores de riesgo para la salud en todas las edades. Tal como lo menciona Facundo Manes, neurocientífico y presidente de la World Federation of Neurology Research Group on Aphasia, Dementia and Cognitive Disorders, la soledad “podría ser tan mortal como un accidente cerebrovascular (ACV)”, el mismo que dejó en ese limbo entre lo real y lo irreal, el 15 de mayo de 2010, al insuperable Gustavo Cerati.
De acuerdo con expertos, la soledad eleva el riesgo de morir por cualquier causa en un 14%, lo que equivaldría a fumar 15 cigarros al día. Para un mejor entendimiento, Manes señala que «sentirse solo es un mecanismo biológico como tener hambre o sed, pero la diferencia está en que una persona puede comer o beber y se acaban sus problemas, pero no puede salir a la calle y gritar ‘quiero tener amigos’”.
Frente a la sabiduría popular de «solos venimos al mundo y solos nos vamos», la necesidad de compañía se vuelve un enigma. Pizarnik, en su poema Carencia apunta » Yo no sé de pájaros, / no conozco la historia del fuego. / Pero creo que mi soledad debería tener alas». No imagino lo que sería vivir en completo aislamiento, cada que lo pienso viene a mi mente la historia de Sergei Krikalev, «el último soviético». En medio de la carrera espacial entre EUA y la URSS, Krikalev fue enviado al espacio a realizar algunas reparaciones de rutina; no obstante, mientras hacía lo propio, la URSS se disolvió, por lo que su regreso se pospuso 311 días hasta que finalmente pudo regresar a su planeta, más no a su nación, el 25 de marzo de 1992. Vagar por el infinito universo por casi un año, sin compañía, ni siquiera un piso, es algo que solo alguien con el talento de David Bowie planteó en Space Oddity.
Octavio Paz sostenía que «la soledad es el hecho más profundo de la condición humana. El hombre es el único ser que sabe que está solo». Personalmente, agradezco estar rodeado de gente increíble, familia y amigos, quienes me ayudan a sobrellevar el peso de la existencia, y saben que es recíproco; sin embargo, la soledad es ambivalente, es el dilema del erizo de Schopenhauer, permite la creación y recreación. Como cualquier cosa que vale la pena, en pequeñas dosis es estimulante, en exceso, destructiva; es, como diría Milan Kundera, «una dulce ausencia de miradas».
Qué calidad para tratar un tema tan sensible. Perfecta redacción, perfecta argumentación; un texto tan breve y al mismo tiempo tan completo y profundo.