ANA RODRÍGUEZ MANCHA
Hablar de maltrato a un semejante en cualquiera de sus manifestaciones, además de ser deleznable representa una gama de represiones a la dignidad humana y por ende al atropello de los derechos humanos consagrados en los plexos internacionales relacionados en nuestra Carta Magna, misma que desde el constituyente de 1917 aviva en su espíritu el preservar la dignidad humana, buscando la tutela del bienestar individual y colectivo en las esferas físicas, psicológicas y sociales.
En la transición de familias, donde el rol tradicional se ha modificado (familias nucleares), con la presencia de familias monoparentales (solo un padre o madre que se queda con los hijo), la mayoría de las veces por divorcios o familias extensas compuestas (hogar donde viven los abuelos, padres, hijos y otros miembros) o las familias reconstruidas (donde cada padre tiene hijos de diferente persona, pero forman un hogar) o las familias modernas donde se ha dejado a la sociedad patriarcal en minoría y dando un vuelco importante en la historia de la mujer como jefa de familia y proveedora, también se observan cambios significativos en los otros miembros de la familia, donde las hijas, los hijos, la abuela, el abuelo, la tía o el tío, etc., adoptan funciones y roles nuevos como forma de adaptación al medio. Dichos cambios han traído consigo que las familias antes mencionadas dejen en manos de terceros el cuidado de las y los hijos; en ocasiones son los mismos hermanos o hermanas mayores quienes cuidan de los menores o bien los abuelos que al estar en una etapa de madurez y se supone retiro de esas actividades cuentan con el tiempo necesario para la educación, crianza y cuidado de los hijos de sus hijos, pasando a ser padres de los nietos y convirtiéndose en “abuelos ausentes”; otro de los escenarios en este tenor de ideas es donde se recurre a un pago monetario a cuidadores con lazos sanguíneos (familiares cercanos) o no sanguíneos (vecinos o amigos) para la protección del menor, donde paulatinamente los pilares de la familia como el padre y la madre se van distanciando perdiendo autoridad y respeto de sus vástagos.
Los cambios en la sociedad y la familia, han condicionado el aumento en los casos de maltrato infantil; la Organización Mundial de la Salud (OMS), estima que 3 de cada 4 niños y niñas de entre 2 y 4 años sufren con regularidad castigos corporales, violencia psicológica y hasta sexual, de mano de los padres o cuidadores; esta estadística es infravalorada, por acciones que son permisivas, por omisiones o negligencias por parte de los “pilares de la casa“ madre, padre o tutor, trayendo consecuencias físicas, mentales, sociales, laborales y familiares a corto, mediano y largo plazo.
Algunas acciones que se ocultan, justifican y hasta se normalizan en las familias, que se pueden catalogar como negligencia infantil, son la ausencia escolar de forma frecuente y consentida por la madre o el padre, solo porque “el niño o la niña no desean acudir” o porque los padre prefieren “no perder el tiempo en llevar a los hijos al pre-escolar que solo son de 3-4 horas al día, para hacer bolitas y palitos”; o la omisión de no llevar a los niños menores de 5 años al control del niño sano, o a los adolescentes para facilitarles información sobre los métodos anticonceptivos y prevención de adicciones o la falta de atención médica anual preventiva y solo acudir en el proceso agudo de la enfermedad, de “una semana de evolución”, o el esquema de vacunación incompleto con la creencia que “las vacunas le van hacer daño a los hijos”, la falta de prevención y tratamientos dentales dejando que avancen las caries por la falta de higiene y consumo de dulces en exceso, llegando a perder piezas dentales que afectan en la masticación de los alimentos, la poca higiene corporal y de vestimenta, la alimentación procesada, comida rápida, consumo de jugos y refrescos no supervisado, porque tenemos la creencia de “panza llena, corazón contento”, el sedentarismo ocasionando obesidad infantil, el uso prolongado de redes sociales y aparatos electrónicos, en busca de identidad y reconocimiento, se convierte en una “adicción”, pero a la vez con una realidad alterada y presentan depresión, ansiedad, trastornos del sueño, drogas, etc.; otro ejemplo es la repetición de patrones de estereotipo según el género que se les va inculcando a las niñas, niños y adolescentes, por ejemplo decir que “ los hombres son infieles por naturaleza o las mujeres son histéricas y complicadas, solo por ser mujeres” o aplaudir un acto de desobediencia por ejemplo cuando el padre da una opinión o indicación y la madre felicita y aconseja al hijo por no hacerla, no llamarle la atención cuando toman dinero que no es propio, o cuando roban juguetes de los amiguitos, lo vitorean por ser muy listo y que lejos de reprenderlo, a los adultos les causa gracia y orgullo, el inicio del consumo de sustancias como el alcohol o tabaco por parte de los padres hacia los infantes para “que se haga hombrecito”, faltarle al respeto o tutear a los mayores con groserías y palaras obscenas; son solo algunos ejemplos de una crianza heredada, que a simple vista puede ser una acción inofensiva, graciosa y hasta en ocasiones necesaria y comodina para los padre, pero que impacta directamente en la salud emocional, social y física de las y los hijos.
En nuestro país se tiene una cultura sumamente peculiar y diferente a países de primer mundo, ya que se toma como una opción y no una convicción la educación, la salud, el deporte o la cultura; haciendo más vulnerable a la infancia y sembrando en los adolescentes problemas existenciales que se materializa en depresión, cutting (cortadas en la piel), suicidio, bullying, conductas antisociales, consumo de drogas a temprana edad, embarazo en adolescente no deseado, infecciones de transmisión sexual, violencia, consumo de música y series televisivas que incitan a la apología del delito y en el mayor de los casos la iniciación a grupos delictivos, que les brindan a las niñas, niños y adolescentes ese bienestar, comprensión y amor familiar tan anhelado por los padres. Por lo antes descrito es de suma importancia pero además impostergable, hacer un cambio inminente en el estilo de vida rompiendo con la brecha generacional de maltrato infantil, dando prioridad a la crianza positiva a padres, madres y tutores, a la comunicación asertiva, el respeto a la familia, la tolerancia, el amor en sus cinco expresiones y programar actividades que brinden un tiempo de calidad y calidez en la familia, para poder hacer un cambio significativo en lo individual y seguir construyendo espacios libres de violencia que nos lleven a construir comunidades de paz, armonía social y familiar.