SARA ANDRADE
Recuerdo muy bien dos cosas que me pasaron muy chica y que transformaron mi entendimiento de las cosas. La primera fue haber visto Contacto, la película de 1997, dirigida por Robert Zemeckis, protagonizada por Jodie Foster y Matthew McConaughey. La película es una adaptación de la novela de Carl Sagan, del mismo nombre, que cuenta la historia de una científica al encontrar evidencias de vida inteligente en el espacio. En esa película hay una escena en la que el personaje de Jodie Foster le dice al personaje de Matthew McConaughey que ella usa “la navaja de Ockham” para explicarse la existencia de Dios. “Es un principio científico básico. Dice que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla tiende a ser la correcta”, le explica a Matthew McConaughey, quien luego le pregunta a Jodie que le demuestre el amor que le tiene a su padre fallecido.
La segunda cosa que me pasó fue que en las clases de religión que tenía en la primaria, la monjita que nos daba la clase siempre nos decía que “cuestionáramos todo, menos el amor de Dios”. Recuerdo que incluso en ese momento me parecía que estaba cayendo en una contradicción. ¿Cómo podíamos cuestionarlo todo menos algo? ¿No sería más adecuado decir “cuestionen la mayoría de las cosas”? ¿Por qué todo lo demás era cuestionable menos Dios y su amor? ¿Por qué estábamos tan inseguros de todo menos de una cosa? ¿O sería esa cosa, por muy inverosímil que sea, necesaria para no salir volando hacia la estratosfera del solipsismo?
Pues bueno, en Internet ahora mismo hay una teoría conspirativa que dice que el uno por ciento (o los reptilianos o los pleiadianos; choose your fighter) han estado usando una isla en medio del Oceáno Atlántico para crear olas monumentales y calientes para crear huracanes que acaban con la costa de Florida. Las razones varían: que es para acabar con la población republicana de Estados Unidos, las grandes víctimas del globo; que es para matar a las cicadas que acaba de salir luego de 27 años de sueño; que es porque a los ricos les aburre tanta paz, que juegan con el clima como si fuera FIFA 2024 y a veces se les antoja matarnos a los pobres con huracanes, granizos y torbellinos. El asunto es que no se queda ahí. No se trata de explicar el cambio climático, se trata de subir la apuesta a niveles ridículos, de cuestionarlo todo hasta la obliteración del sentido, hasta que no quede nada más que alienígenas ancestrales y tortugas sobre tortugas, sosteniendo un mundo donde todo oculte todo y nada nunca sea verdad.
Yo, como Matthew McConaughey, me quedo en el lado de los sensibles. Veo el amor y veo la hermandad y la euforia que da el encontrarte cincuenta centavos en el suelo cuando le has pedido al cielo por una señal. No puedo demostrar que amo, no puedo demostrar que Dios me escucha, pero sí creo que la explicación sencilla tiende a ser la más correcta. Y yo creo que hay cosas que yo sé y otras cosas que no, pero que la negación absoluta de mis sentidos no es la respuesta mis incógnitas.