(El planeta amarillo II)
ENRIQUE GARRIDO
Los que me conocen saben que me gustan los Simpson, y los que realmente me conocen no dudan que a la grande le puse Cuca y en mi participación anterior me quedé bastante corto. Podría hablar del debate, pero me inclino por cosas interesantes, fundamentadas y chéveres. Así, ante algunos reclamos de los lectores de esta columna, a darle átomos.
Los Simpson han trascendido la televisión y se convirtieron en una forma de educación. Creo, sin sonar exagerado, que la familia de Springfield ha hecho más por mi generación que “Paco, el chato”. Estuvieron bajo el estigma de la censura y la moral. Resulta curioso cómo, en esos extraños noventas, un beso entre Homero y Marge fuera más condenable que los asesinatos en las telenovelas. ¿Recuerdan Mujer, casos de la vida real? Sus escritores, parecía, se inspiraban en los miedos más terribles de la clase media-baja mexicana: violaciones, robo de niños, violencia intrafamiliar, pobreza, infidelidad, mutilaciones, robo de órganos, brujería, y un largo etcétera eran temas, según los adultos de aquella época, más adecuados que las aventuras de Bart y Lisa.
Uno de los golpes de realidad más duros respecto a mi edad es en cuanto a la identificación de los personajes. Al principio, Matt Groening creó la serie con Bart como protagonista (y toda la trama giraría entorno de sus travesuras; sin embargo, con el paso del tiempo y la evolución de los demás habitantes de esta ciudad, podemos encontrar afinidad con más de uno. Por edad, empecé admirando a Bart, aunque no con un afán de imitarlo como era el miedo de los conservadores de aquella época. Poco a poco Homero se volvió mi personaje favorito, además de encontrar mucha empatía con él.
De acuerdo con Raja Halwani, en su ensayo “Homero y Aristóteles” en el libro Los Simpson y la filosofía, Homero es un personaje con muchos vicios y defectos como su adicción a la cerveza, su mitomanía y pereza laboral, así como su paternidad irresponsable; no obstante, siempre sale a relucir su nobleza en los momentos de mayor requerimiento. Por esta razón renunció a su empleo soñado por el nacimiento de Maggie, asistió a la escuela de padres por Bart y Lisa, así como aceptar la culpa para que las hermanas de Marge, Paty y Selma, conservaran su nuevo puesto pese a que ellas lo usaron para sabotearlo. Al final, siempre hace lo mejor para su familia.
Cabe destacar que Homero viene de un hogar fracturado, con un padre que tuvo que criarlo solo, porque su madre tuvo que huir debido a una persecución por sus ideales, además, era un veterano de guerra que cargaba con todo el estereotipo de una masculinidad en la cual no se manifestaban sentimientos. Al igual que muchos de nosotros, Homero tuvo que aprender a ser padre desde una generación de padres duros que no podían mostrar sentimientos.
Por otro lado, no sólo se quedaban de los conflictos de familia, sino que ejercían una crítica, desde la sátira, de muchos estratos sociales como el capitalismo, encarnado en el señor Burns, que no tiene reparo en despedir, incluso utilizar a sus empleados como bancos de órganos; o qué tal el alcalde Diamante, corrupto, misógino y con un gusto por las mujeres jóvenes; Ned Flanders y el fanatismo religioso; Apu y la visión de los migrantes; el reverendo Alegría y el diezmo.
A lo largo de más de 30 años de historias, los Simpson nos han dado una lectura de mundo más próxima al absurdo de la realidad, sino sólo hay que ver la cuenta de X, antes Twitter, de @Soysimpsonito donde siempre encuentran un paralelo entre la realidad mexicana y la serie. Al final, los Simpson promovieron el actuar ético y justo, así como un concepto de unidad familiar sin esas cursis e inverosímiles interacciones, en un mundo lleno de vicios y defectos, además de no perder de vista el placer, pues no deberíamos sentir culpa por ello. Dentro de todo lo que le agradezco a Homero destaca por encontrar la felicidad en cosas pequeñas como una rosquilla, dormir hasta tarde en domingo y beber una cerveza con tus amigos, con quienes no te cansas de referenciar la serie.