ISVI RUBÉN ESPARZA GARCÍA
Es de noche y voy camino a casa, de repente, mi cerebro recuerda que es la hora de cenar y mi estómago contesta que en realidad no tenemos tanta hambre. Tratando de conciliar a ambos pienso en la comida perfecta, algo que llene ese huequito, aunque no necesariamente sea la cena, pero que sacie ese antojo de cualquier cosa menos de algo formal; sólo lo necesario para llegar a dormir a gusto, así que pienso que es buena idea ir a buscar unos churros preparados.
Encuentro lugar para estacionarme justo al lado del Banamex del centro y camino al destino. Al pasar por la avenida Hidalgo, cerca de la Goitia, veo a un grupo de gente muy arreglada como para fiesta, las mujeres, con vestidos largos y brillantes; trajes ceñidos, pero sobrios en el caso de los hombres, todos tomándose fotografías a diestra y siniestra, de dos en dos, solos o en grupo; brincando, agachados, perreando, con todo dispuesto para una celebración que seguramente y por la edad que aparentan los ahí presentes, sería su próxima graduación.
Cuento un tiempo de no más de 2 minutos desde que los veo, se toman más de 30 fotografías, lo sé por los flashazos que arroja la cámara y por los cambios de posiciones de las personas que son movidas frente a la lente una a una y acomodadas en forma de que sus espaldas den al monumento más representativo del centro histórico, la Catedral. Sin dejar de lado que, al fondo y por la misma dirección en que son tomadas las fotos, indudablemente saldrá también, adornando, el majestuoso y colorido Cerro de la Bufa.
Mientras sigo a mi destino supongo que, bajita la mano, le toman a cada persona por lo menos 5 fotos individuales, en un grupo de 30 personas como el de ese día, son 150 fotos, digamos que, en total, unas 300 fotografías ya contando las grupales y las de los amigos cercanos. Cada foto tomada con una cámara regular, en promedio pesa alrededor de 2 MB; con una cámara profesional puede llegar a aumentar considerablemente, digamos que, para no irme tan alto, aumenta solamente al doble, entonces y únicamente para las fotos de esa sesión, es necesario cargar con una memoria de al menos 4 GB para no tener broncas de espacio.
Sigo caminando, al pasar por el Starbucks el rico olor a café casi me desvía de mi objetivo, pero llegando a la esquina del Acrópolis, al cambio de luz del semáforo peatonal, cruzo la calle y decido mejor seguir al Oxxo para acompañar mis churritos con una buena Coca. Ya se me hacía agua la boca con la salsita picosa y los cueritos curtidos.
Con mi refresco en mano, llego al callejón con la señora del puesto -Me da unos churros preparados en bolsa por favor- les pongo su respectiva salsita, y meto la mano a la bolsa buscando el dinero para pagar. Ahí, entre la morralla, atento mi memoria USB en la que cargo música, fotos, videos, documentos, libros, en fin, casi 16 GB de puro mugrero excepto las fotos. Todo junto ocupan un poco más del triple del almacenamiento que tenían las primeras computadoras. Este dispositivo es genial, quizá por eso se popularizó mucho más que otros dispositivos anteriores.
Desafortunadamente, todas las bondades de las USB se pierden cuando se borran accidentalmente los archivos, les cae un virus, se extravían por años entre tus cosas, las guardas en un lugar tan seguro que, seguramente se te olvida en dónde o de plano, las metes a lavar junto con el pantalón o chamarra que traías puesta. En ese caso, la super importantísima información que tenías, simplemente, se desvanece.
Cuando llego al carro guardo la USB en la mochila, no vaya siendo. Le tomo foto a mi cena para poder publicarla y que en las redes a alguien se le antoje mi comida mientras me digo, -hoy en día no tenemos el problema de perder completamente la información, las fotos u archivos quedan respaldados (siempre que se tengan datos) en un dispositivo de almacenamiento al que le decimos comúnmente La Nube.
Google Drive, Dropbox, Microsoft OneDrive, Amazon Web Services, Apple iCloud y más, me hacen el favor de entrar a mi celular, hacen una copia de mis fotos y videos, respaldan todo en sus servidores para que no lo pierda y hacen todo eso a cambio de un simple registro gratuito en sus cuentas, obviamente, después de presentar una serie de líneas con letras microscópicas describiendo términos y condiciones que jamás, ni yo ni nadie va a leer.
Facebook, Instagram, Snapchat, Tik Tok, Twitter (o X como le pusieron ahora), son tan considerados que, cuando duermo, y sin molestarme para nada, se conectan a través de la red a mi celular, y realizan por mí un respaldo de todas las fotos, videos, documentos y archivos. Además de que, de vez en cuando, se toman también la molestia, sin que nadie se los pida, de hacerme un collage de los mejores momentos que pasé durante el mes, le ponen musiquita y en la mañana siguiente, me avisan cuando el video queda listo para que yo lo pueda publicar en mis redes.
Termino mis churros, la neta sí estaban bien sabrosos. Ya me siento cansado del día así que regreso al carro, aun seguían los mismos “casi profesionistas” en el mitote. Paso por la acera de enfrente para no interferir. El fotógrafo sigue en lo suyo buscando la pose correcta y el momento justo. El pobre señor aun va a llegar a editar y escoger sólo unas cuantas dentro de todas las fotos que tomó, retocarlas, hacerles Photoshop y quién sabe cuántas más cosas. Yo, solo tengo que esperar un tiempo a que me llegue un mensaje que diga “mira el recuerdo de tus churritos del 10 de junio”.