
“No olviden jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, deben permanecer vigilantes toda la vida”.
—Simone de Beauvoir
PERLA YANET ROSALES MEDINA
Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Niña y la Mujer en la Ciencia (11 de febrero), me he propuesto representar, desde mi contexto y mi voz, a las mujeres y niñas mexicanas que, pese a las adversidades que nos atañen, elegimos el camino del conocimiento. Sin embargo, no quiero solo rendirles honor a ellas.
En un contexto donde los partidos de ultraderecha están en auge, promoviendo el odio y la discriminación como parte de sus campañas políticas, permanecer en silencio me resulta antiético. Por ello, no solo aprovecho este espacio para honrar a las mujeres y niñas cis que, de algún modo, promueven la ciencia, sino también a las disidencias que resisten: personas trans, queer, inmigrantes, personas de todas las razas y culturas, todas aquellas identidades que hoy se ven amenazadas de una u otra forma por los conflictos del mundo moderno.
Las mujeres científicas tenemos conciencia social, la facultad de auto-organizarnos y la capacidad de manifestar nuestras ideas al mundo. El activismo académico podría verse demeritado por el privilegio; sin embargo, puedo comprender cualquier postura que no encarne lo que mi contexto me permite proclamar.
En las carreras científicas, estudiantes de todas las identidades incursionamos en nuestra formación académica guiados por la esperanza de servir al conocimiento y de servirnos de él, dejando de lado toda clase de interés político. En esta etapa de amor y entusiasmo por la ciencia, somos vulnerables a la alienación de la técnica y la teoría, hasta el punto de quedar inmersos en una especie de deshumanización y aumento del ego. Para el sistema capitalista, esto representa el mejor de los productos: una persona altamente capacitada que no cuestione nada, pues en el campo de la exactitud, lo inverosímil es descartado de inmediato.
Sin embargo, una crece, se informa, lee y va despojándose de miedos, prejuicios y odios internalizados. Una desaprende y cuestiona, no por rebeldía, sino porque no es tonta. Es en este punto cuando el sistema empieza a temer, porque los intelectuales conscientes siempre han sido un peligro para el Estado: poseen en sus manos lo que se necesita para hacer del mundo un lugar mejor.
Celebro a todas las identidades en la ciencia y, como mujer mexicana, me honro al recordar a algunas de las precursoras que allanaron el camino para que hoy yo pueda ocupar un lugar en una institución de investigación científica:
● Matilde Montoya (1859-1938), primera médica mexicana.
● Helia Bravo Hollis (1901-2001), primera bióloga titulada.
● Paris Pismish Acem (1911-1999), precursora de la astronomía moderna en México.
● María Agustina Batalla Zepeda (1913-2000), botánica con importantes aportes.
● María Elena Caso (1915-1991), pionera en el estudio sistemático de las estrellas de mar.
● María Teresa Gutiérrez Vázquez (1927-2017), impulsora de un nuevo enfoque en la geografía.
● Alejandra Jáidar Matalobos (1938-1988), primera mujer graduada en física.
● Susana Azpiroz Riveiro (1950- ), primera titulada en la Escuela Nacional de Agronomía, hoy Universidad Autónoma Chapingo.
Nombrarlas y reconocer la razón por la que sus nombres están en la historia de México no es poca cosa. Estas mujeres, con nombre y apellido, me representan y nos representan a todas quienes ocupamos un espacio en una institución. Desde ahí, tenemos la responsabilidad de luchar para que las niñas y mujeres fuera de la ciencia tengan acceso a la información científica. Desde ahí, tenemos el deber moral de procurar la difusión de la cultura científica, así como de promover la equidad, la paz y la justicia.
A todas quienes quieren cambiar el mundo. A todas quienes están siendo oprimidas. A todos quienes les han arrebatado la tranquilidad. Las mujeres científicas mexicanas estamos despertando.
Fotografía: Cortesía