DANIELA ALBARRÁN
He leído casi toda la obra de Mariana Enríquez, de ella hice mi tesis de licenciatura porque sus intereses literarios son muy afines a los míos. Me gusta el terror y una de mis aficiones más importantes son las casas, las casas embrujadas, pero también el pensar en una casa como una “cáscara” que sostiene y cobija a una familia, y la manera en que esas casas, a su vez, toman la forma de quien las habita.
Esta unión que siento con Enríquez, presiento que la tuvo ella con Silvina Ocampo y por eso le escribió un libro: La hermana menor, un retrato de Silvina Ocampo, que es una obra genial, lo que me interesa más allá de hablar sobre el texto, es hablar sobre las obsesiones y como ésas nos llevan a escribir de la propia obra so pretexto de la obra de otros. Justo como lo estoy haciendo ya mismo.
Quiero decir, la biografía es, en definitiva, una investigación en toda la extensión de la palabra, es trabajo de archivo, pero aquí lo interesante es cómo ese trabajo de archivo me lleva a pensar que ME escribió ese libro pensando en sus propias obsesiones, en los temas que a ella le fascinan, a esos hilos conductuales que la unen a Silvina y a esos terrores que nos unen con otras escritoras que nos preceden.
Ya mencioné lo de las casas y quiero que se observe esta cita: “Hay una verdadera obsesión por las casas en sus obras, la casa como último refugio y también como el lugar que, cuando se vuelve enemigo, es el más peligroso de todos”. Pienso en esa cita y regreso a ella porque siento que ahí hablaba de los cuentos de Ocampo, pero también hablaba de sus propios cuentos, y también cómo eso me recuerda a lo que yo alguna vez escribí: sobre casas, sobre los fantasmas que habitan esos lugares que muchas veces, quizá más de lo que deberían, no son un refugio, sino ese lugar que te ancla y que te aterra.
Otro punto, me parece, es esa obsesión que también comparto, y quizá es más herencia de Bolaño que de Enríquez: la vida de los poetas. Porque todo el libro es un recorrido de la vida de Ocampo, su infancia, su relación con su familia y, sobre todo, esa relación tripartita entre Borges, Bioy y Silvina. Una amistad entre el amor, el odio y la literatura que los unió hasta la muerte.
Verdaderamente, qué pasión se puede ver en este libro, la obsesión que tiene ME con la vida de Ocampo y es que, claro, siempre hay que voltear a ver la vida de las escritoras, desde dónde escriben y por qué lo hacen. Así, la biografía que Enríquez escribe sobre Ocampo trasciende el mero registro de hechos para convertirse en una especie de espejo donde se miran ambas, autoras y lectoras, reflejando no sólo las obsesiones de Ocampo, sino también las de Enríquez y, ¿por qué no decirlo?, las mías también. El libro es un diálogo entre épocas, un hilo que conecta a estas dos escritoras, maestras del cuento y del terror cotidiano.