Por Diego Varela de León
El problema de la seguridad pública es sin duda el tema de temas, ya que en nuestros tiempos ocupa las primeras planas de la agenda política y ciudadana en gran parte del mundo y por supuesto nuestro país y nuestro estado no están exentos de dichas entropías sociales, en una crisis de inseguridad que viene de lejos, por lo menos hace más de 60 años, que aunque no es demasiado lejos, si es un periodo razonablemente ejemplificativo que puede darnos luces de donde proviene nuestras deficiencias y cuáles serían los aditamentos que necesitamos para armar una nueva estructura y, en consecuencia, otras prioridades en el cambio de paradigma en el edificio de la seguridad pública, hacia una verdadera seguridad ciudadana.
En primer término antes de plantearnos una propuesta deberíamos contestarnos preguntas muy básicas que nos darán luces para un buen inicio como: ¿qué es la seguridad pública? ¿Un asunto jurídico? ¿Un asunto policial? ¿Preventivo? ¿Administrativo? ¿Operativo? ¿Asunto académico? ¿Ha dado lugar a la reflexión científica? ¿Asunto político? ¿Asunto legislativo? ¿Asunto cultural? ¿Un asunto ciudadano? ¿Un tema gerencial? O bien ¿un conjunto de los anteriores? A lo cual dilucidamos que es un conjunto de todas las preguntas anteriores.
Y ciertos deberíamos estar de que es impostergable hacer lo necesario y por todos los medios posibles para revitalizar y reorientar nuestros esfuerzos a favor de una reconceptualización a la seguridad pública. Sacarla de las mazmorras conceptuales en que se encuentra; hacerlo implica colocarla en una visión integral e incluyente, por ello es necesario darle contenido a esta asignatura por demás compleja en nuestra realidad, la cual puede ser entendida de diversas maneras y que si se unen todas las fórmulas obviamente coherentes, podríamos dar pasos loables en semejante tarea.
El tema a raíz de la propuesta del plan integral parlamentario de seguridad que presentara en días pasados el Diputado Ernesto González Romo, donde no se hicieron esperar cientos de comentarios de propios y extraños, algunos con elementos viables y otro no tanto de acuerdo a su leal saber y entender, en vez de que haya unidad en un tema que nos atañe a todos, en donde estoy cierto que no se trata de un ejercicio sólo de capacidades individuales, no es un duelo entre proponentes inteligentes y otros menos inteligentes ni de iniciativas lucidoras y aisladas, ni mucho menos de opciones sectarias y partidistas, cuando de facto se tiene una visión limitada al mundo policial con una débil acepción de la realidad de la seguridad pública, donde la historia esconde la incomprensión extensa de la prevención y hoy sin ningún elemento tangible de algunas disciplinas del saber, se propone hacer ilusiones de la seguridad en la espontaneidad de una propuesta que pudiera parecer lucidora, sin el impulso del lápiz para pintar en tonos románticos que no trasciende ni una pisca a los deseos de la sociedad que vive en desasosiego por la zozobra de la amenaza latente de su persona y sus bienes. Nada en concreto de una idea liberadora del delito y la conducta desviada, sin puntos de partida que den luces de caminar hacia una reconstrucción de la paz que por lo menos se vivía hace tres décadas, cuando las personas se sentían libres de amenazas y andaban sin esa zozobra que hoy nos carcome y lacera como sociedad a la cual sin duda se le tienen que proteger sus derechos frente a la inseguridad, la corrupción y los excesos de otras violencias que se mantienen en la invisibilidad.
A lo cual hacemos un poco de alusión de la historia del contrato social que como Hobbes, Montesquieu y Rousseau precisaron entre otras cosas que “las leyes son las condiciones con arreglo a las cuales los hombres naturalmente e independientes se unieron en sociedad. Cansados de vivir en un perpetuo estado de guerra y de gozar de una libertad que a causa de su incierta duración era de escaso valor, sacrificaron una parte de ella para disfrutar del resto de la vida en paz y seguridad. La suma de todas esas porciones de la libertad de cada individuo constituyo la soberanía de la nación y fue confiada a la custodio del soberano, como legitimo administrador, Pero no bastaba simplemente con establecer esa custodia, sino que también era necesario defender la libertad de la usurpación de todos los individuos que siempre tratarían de quitar a la sociedad su propia porción y de menoscabar la de los demás.
Por lo tanto, se necesitaban remedios perfectamente visibles para impedir que el despotismo de cada persona sumergiese a la sociedad en el caos en el que antes había estado, esos remedios son las penas establecidas para quienes violaban las leyes. Sostengo que hoy en día respecto al plexo normativo los hay y de sobra, solo habrá que cumplirlos a cabalidad, pero además la experiencia nos ha enseñado que los de conducta desviada no adoptan ningún principio ético ni normas morales más que el de la violencia, de tal suerte que se necesitan otros remedios orientados más a la prevención que a la reacción, pues sólo con remedios que sean percibidos de inmediato por los sentidos y estar continuamente presentes en la mente de la sociedad, basten para contrarrestar el efecto de las pasiones desviadas del individuo y que sin duda se oponen al bien general, y ni el poder de la elocuencia ni las verdades más sublimes bastan para moderar durante cierto tiempo esas pasiones que son excitadas por las impresiones vivas de los vicios presentes.
De no hacerlo es evidente que no hay ninguna posibilidad de ganar la batalla a la pesadilla de la violencia, si no transformamos radicalmente nuestras políticas públicas y damos un salto cualitativo y cuantitativo en nuestras concepciones tradicionales, teniendo como premisa fundamental que todos los esfuerzos de los diferentes actores involucrados en la seguridad publica adquieren sentido si y sólo si las consecuencias de sus acciones o decisiones se reflejan en lo que pasa en las calles, barrios, colonias y comunidades, específicamente en los logros del cumplimiento del plexo normativo e irrestricto respeto de los derechos humanos, nos llevarían a una vida social en paz y armonía, y esto sería así porque lo contrario también resulta cierto, pues todo lo que en décadas se dejó de hacer y lo que se permitió y abandonó a la inercia, tradición, usos y costumbres de una multiculturalidad desorientada y atrapada en los vicios y pasiones se está viendo reflejado negativamente en esas calles, barrios, colonias y comunidades y por tanto en la calidad de vida, que sin duda tendremos que transitar de lo anterior a una cultura de legalidad que nos lleve a vivir en paz y armonía como sociedad.