ENRIQUE GARRIDO
Como si se tratara del inminente impacto, producto de una caída que duró casi un año, comenzó la invasión de renos, luces y un personaje que representa al némesis de Karl Marx. Del latín nativita, que significa nacimiento, la Navidad se abrió paso en un año convulso, en medio de guerra y caos, inflación y devaluación, derecha e izquierda, papá Noel y el Viejito Pascuero. Se trata de una celebración cuyo sinónimo es tradición, o cliché, según se vea, así las posadas, el pavo, la piñata, la pirotecnia, los perritos asustados, el alcohol, las peleas, el abrazo, la familia, la otra familia, la familia de la empresa, la hipocresía y el bacalao regresan año con año; también es la temporada de ver clásicos como Mi pobre angelito, Pesadilla antes de Navidad y Duro de matar.
Algo destacable son las infinitas versiones que se proyectan de Cuento de Navidad de Charles Dickens. Desde las versiones en cine mudo, animadas, live action, o la de The Muppets, la historia de los fantasmas de las Navidades (pasadas, presentes y futuras) es una de las más solicitadas en esta época del año, quizá más que la del nacimiento de Jesús. De todas sus virtudes siempre me ha parecido interesante el personaje de Ebenezer Scrooge, un empresario que odia la Navidad, pues distrae a sus empleados al hacerlos felices, lo que no le genera ganancia; tal vez votaría en contra de la reducción de la jornada laboral y gritaría “el pobre es pobre porque quiere”. Para este Salinas Pliego de la literatura, la única manera de adquirir un poco de empatía fue a través de una experiencia paranormal y traumática. El final todos lo sabemos, no obstante, siempre me intrigó este personaje, convertido en un estereotipo de esta temporada, sólo representa a la parte capitalista (lectura que no dista de la denuncia social que Dickens se propuso). Scrooge también refleja la ambivalencia de la Navidad, su cara oscura de consumo y su cara amigable y familiar, pues ambas pueden convivir en un mismo cuerpo.
Por allá del 8 de diciembre de 1895, en el periódico Boston Sunday Post se publicó el artículo “Las maravillas de la ciencia moderna” donde se citaban informes de la Royal Scientific Society sobre rarezas humanas. Dentro de este selecto grupo se contaba con la araña de Norfolk, una cabeza humana con seis piernas peludas; la mujer pez de Lincoln, una criatura similar a una sirena; el hombre de cuatro ojos de Crickladey, un hombre de dos cabezas llamado Edward Mordrake.
Según la leyenda, Edward Mordrake era un joven y apuesto noble inglés, descrito como un “músico de rara habilidad”, el cual tenía que cargar con una especie de maldición. Mordrake tenía un segundo rostro en la parte posterior de su cabeza, basta googlearlo para conocerlo. Al parecer su otro rostro era el de una mujer que le decía comentarios obscenos y soeces, no dejándolo descansar, pues él era muy casto. A mi modo de ver ejemplifica la idea de dualidad entre nuestras personalidades, la cual luce más en temporadas que exigen un comportamiento civilizado.
Se volvería un mito popular pues se contaba con fotografías y demás parafernalia, las cuales resultarían falsas. Al igual que varios personajes de la Navidad, la existencia de Mordrake jamás se comprobó; sin embargo, la idea que representaba se mantiene. La doble moral en esta época se esconde, pero no se niega. Todos tenemos un doble rostro, el cual, como presencia fantasmal, ronda de forma peligrosa.
Esto era lo que iba a cerrar mi colaboración, si no hubiera recibido, cual Scrooge, la visita de la fantasma de las Navidades paralelas, una presencia angelical que responde al juguetón nombre de Teté y amplió mi perspectiva. Para ella, la dualidad también se presenta en las decisiones, en un contexto lleno de amor, elegir se vuelve una complicación. Lo cual se puede ampliar, pues también es la época donde se presenta un alto grado de depresión, y es allí donde “elegir” cobra relevancia, al final elegimos disfrutarla o resentirla. Todo depende de los fantasmas que nos visiten o acompañen.