DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
Más o menos hace 400 años, los poetas europeos y americanos usaban la erudición libresca como parte inseparable de los referentes del poema. Me refiero a una erudición que combinaba –a veces de manera lograda; otras, no– espacios, palabras e imágenes relacionadas con mitos, símbolos, conocimientos astronómicos, alquimia, etc.
Uno de los best seller de aquella época, junto con las ya clásicas obras de Homero y Virgilio, fue Las metamorfosis de Ovidio. Incuantificables personajes letrados abrevaron de sus historias. Aun en nuestro tiempo su lectura resulta fascinante. En sus páginas podemos atestiguar, por ejemplo, una versión grecolatina del diluvio, las transformaciones del primer hombre-lobo Licaón, el origen de la flauta de Pan, el desastroso paso de Faetón por las tierras de África y su trágica soberbia, la melancolía de Polifemo por el amor de Galatea, entre otras decenas de mitos.
Aquellas historias habitaron el imaginario de los más avezados versificadores. De mis pasajes favoritos de Ovidio es el que refiere a la ninfa Dafne, quien huye a través del bosque del ardoroso amor de Apolo, para luego convertirse, gracias a la ayuda de Júpiter, en un laurel. El poeta romano lo cantó de la siguiente manera:
«Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas […]» (trad. Vicente López Soto).
Ese mítico instante sirvió de motivo para que Garcilaso de la Vega escribiera unos de los sonetos más bellos de nuestro idioma, del cual reproduzco los dos primeros cuartetos:
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían.
De áspera corteza se cubría
los tiernos miembros, que aún balbuciendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Lo mismo sucede con el pasaje en que Ovidio describe al cíclope y pastor Polifemo. En el mito, el monstruo se enamora de la bella Galatea quien, a su vez, se encuentra enamorada de Acis. En su arranque de celos, Polifemo mata a Acis con una enorme roca. Al ver aquello, Galatea transformó la sangre de su amado en un río. Pero veamos cómo retrata Ovidio al cíclope:
Así pues, él, que era un ser cruel, horrible a los mismos bosques, el cual no había visto jamás impunemente ningún extranjero y despreciaba al Olimpo con sus dioses, siente lo que es el amor y, rendido por su deseo, se abrasa olvidándose de sus rebaños y sus antros. Ya cuidas de tu persona, ya te inquieta el poder agradar, ya con tus rastrillos peinas tus rígidos cabellos, ya te gusta, Polifemo, cortarte con una hoz la barba hirsuta y mirarte en el agua y componer tu rostro feroz.
Cientos de años después, el gongorino Góngora describe al pastor, en su Fabula de Polifemo y Galatea, de la siguiente manera:
Un monte era de miembros eminente
este que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
[…]
Negro el cabello, imitador undoso
de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina proceloso,
vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es su barba impetüoso,
que (adusto hijo de este Pirineo)
su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano
surcada aun de los dedos de su mano.
Como estos dos anteriores, existen cientos de ejemplos de poemas inspirados en Las metamorfosis. Aquellos mitos, a su vez, tuvieron bellísimas transformaciones que sólo fueron posibles a través de la alquimia de la poesía. Yo me pregunto, ¿qué nuevos mitos están reescribiendo los poetas? ¿Qué nuevo Ovidio convierte dioses en palabras?
Nos leemos después.
“Apolo y Dafne” de Jakob Auer (1688).