Por Alejandro A. Cervantes Hernández
Naufrago por avenidas en donde el hastío se cruza como un perro famélico esperando ser atropellado. Conjuro al desamparo, extraño constantemente una vida que descansa en el regazo de la memoria. Ayer fui niño, aún recuerdo mis pies descalzos corriendo por toda la casa hueca donde sigo buscándome.
Ahora sé que Josa Gaytán ha adquirido un compromiso con la más cruda de las honestidades, la de darle nombre a cada azote de la realidad. Su percepción parece revelar una tortura incesante, en lo íntimo de sus entrañas algo se ha roto y presiento que ahora va condenado a una fatalidad profunda, oscura.
He llorado, puedo enumerar en mis lágrimas las partes inservibles de mi alma. En el silencio la agonía lame mis manos y transcurrimos las horas que se atan al olvido. No he conseguido dormir hace días, en la orilla del sueño está la parte caída de mi corazón, esa que llamo esperanza. Si no consigo guiar estos ojos hacia el amanecer tal vez podré sentir que nunca estuve aquí.
A lo largo de todos los cuentos encontramos vivencias que se precipitan hacia abismos insondables. Las experiencias de los personajes, más allá de presentar momentos decisivos que los impulsen a seguir viviendo, se dan en una forma en la que ha cesado toda búsqueda por encontrarle algún sentido a la existencia. El hastío como el dolor es una constante, casi puedo decir que son tan viejos como la muerte y tan antiguos como la vida.
Podría detenerme a esperar tu recuerdo para saludarlo desde mi lejanía. Tal vez allá, en el rincón de mis sueños, alguna noche se desmorone. ¿Pero a qué distancia de mi pecho tendría que tenerte para sentir que estoy vivo?
El tono poético brinda una capacidad de revelación que nos hace anhelar la muerte. No obstante, también la posibilidad de encontrar una salvación a través de la misma. Desde obsequiarnos razones fundamentadas para justificar el suicidio hasta poner de manifiesto la realidad descompuesta en la que vivimos, Gaytán García confronta la eterna lucha del ser humano por encontrarle el sentido a todo. En algún punto algún personaje ha dicho que desde su niñez sabía que «iba a llegar el día en que ya no sintiese nada», como aceptando desde el principio lo que el mundo nos tiene predestinado: un hastío perpetuo.
Los soliloquios sacuden constantemente las historias y se enarbolan en ideas y pensamientos tristes, melancólicos, nostálgicos. La vida que se presenta no dista mucho de la nuestra, la agonía y el desamparo se prolongan hasta límites inconcebibles en forma de bucle. El contrapeso sucede cuando los personajes abren posibilidades de creer que puede haber un mejor destino. Para ello sirve el mundo onírico, incluso en un estado intermedio como el del sopor. Esto permite que el sueño también pueda ser provocado con alcohol y fármacos. El sueño tiene dos funciones, la primera como sedante de la realidad, así lo menciona el autor en uno de los cuentos diciendo que «el otro lado de la almohada tendrá más sueños que prestarme, son el único sedante para este hastío». La segunda como sinónimo de utopía, un lugar en el que el dolor, la agonía y el hastío por fin sucumben. La escritura de Josa Gaytán describe con precisión la anatomía que tiene el hastío, en sus cuentos ha esparcido partes vitales de él y con este libro nos ha dado una manera distinta de nombrar la realidad y sentirnos parte de ella. Si soy tan honesto y tan crudo como las palabras contenidas en estas páginas, me atrevo a decir que después de leerlas nunca he deseado con tantas ganas morir.
Naufragar, ese motivo que nos une al hastío, esa vorágine del sinsentido que desata la noche en nuestros ojos. En el abandono interminable de mis lamentos perezco desde que respiro. Observemos aquellas derrotas arrojándose al despeñadero que es mi vida. No sirvo para vivir, sin embargo, tengo sueños que se amotinan contra la muerte. Nunca ceso de herir, mastico con paciencia este dolor que me tiñe las entrañas. Me recuerdo sólo para volver a olvidarme, para establecer un silencio que se sienta como el alivio.