Los roles y estereotipos de género habitualmente se identifican como un factor de riesgo para las mujeres; sin embargo, existen normas culturales y jurídicas que impiden que los hombres puedan gozar de un ejercicio pleno de la personalidad, incluido el ejercicio de la paternidad efectiva. Esto conlleva a una menor satisfacción personal y familiar, con consecuencias en la salud mental de los varones.
Primero, es necesario definir el término de paternidad efectiva; ésta se refiere al involucramiento de tareas y responsabilidades respecto a los hijos por parte del padre. Comúnmente, en todas las culturas, la madre es el eje de la crianza de la descendencia, es un rol que se asignó desde la etapa de los cazadores recolectores, cuando la mujer se encargaba de la alimentación, higiene y todo tipo de cuidados, mientras el hombre cazaba y protegía a la tribu de las amenazas externas.
Aun cuando desde hace décadas la mujer ya no se desarrolla de manera exclusiva en el ámbito privado (hogar y familia), se conserva la responsabilidad de la crianza en este género; por un lado, se otorgan derechos y obligaciones a la mujer sobre la educación de los hijos, pero también se exime a los hombres de toda responsabilidad en esta actividad, y se les retira el derecho legal y social a ser parte inherente propositiva de la crianza.
La opresión y desventaja del género femenino respecto al masculino ha hecho que el estudio de la salud sexual y reproductiva se base en las mujeres, pues se les ve como agentes vulnerables y con múltiples áreas de oportunidad; sin embargo, aunque es un hecho que las mujeres padecen con mayor frecuencia e intensidad la carga de género respecto a la crianza, es necesario hacer visible que los hombres también viven desventajas por los roles masculinos predominantes. Una de estas áreas es la paternidad efectiva como fenómeno sociocultural, que debería ser universal, es decir, involucrar al padre en la enseñanza de valores, actividades compartidas, compromiso emocional y afectivo, corrección de conductas inadecuadas, cuidados, y no sólo la manutención como típicamente sucede.
Esta situación, además de reflejarse en la sociedad, se refleja en las leyes, pues es indudable que las normas mexicanas actuales no favorecen que el sexo masculino pueda ser justificado en lo laboral por atender necesidades de su descendencia. Esto pone de manifiesto la necesidad de concientizar al respecto, pues ya es suficiente con las normas culturales que dificultan la inclusión masculina en la crianza como para que de manera institucional se repitan tales obstáculos. Por último, la crianza efectiva tiene un efecto positivo en la salud tanto del padre, como de los hijos y la pareja, pues además de satisfacerse de manera más oportuna necesidades de la progenie, se nutre la salud mental y familiar.