MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Todo ese montón de cuerpo que desde hace algunos años emprendió su propio viaje interestelar, enemistado con la cabeza y, sobre todo, lejos de lo que ella deseó cuando era joven
“La vida por delante”, Magalí Etchebarne
Es de tarde, y si no fuera por las nubes que prometían lluvia, y que cumplieron sólo a ratitos torrenciales, el cielo habría estado iluminado por un sol de verano. Pero hacía frío, en cambio. La lluvia me atrapó desprevenida de camino al hospital, primero, y después en dirección a La Bicicleta, donde mataría una hora y media escribiendo e intentando terminarme una copa de gin que me dejaría un poco mareada antes de entrar a la Librería Cervantes y Compañía para el club de lectura. Fue un día de tantos en los que me rebasa el movimiento, el ruido y me asfixia el poco espacio para pensar y mucho menos para hacer. Minutos de traslado entre un sitio a otro que poco a poco suman horas perdidas: una hora como mínimo de mi casa al centro, donde quería trabajar por la mañana para “aprovechar” el tiempo antes de ir a mi cita médica (otra de tantas que tengo apuntadas para los próximos meses), después el traslado a la estación de metro Colombia donde el otorrino me atendió en tan sólo seis eficientes minutos, me dio un nuevo antihistamínico y un spray para desinflamar mis “cornetes inflamados como fresones” y salí de ahí con tres horas por delante que se me fueron como agua entre los dedos. Muchas veces me pregunto cómo es que el tiempo se me escapa tan insustancialmente y dudo si debería estar haciendo algo diferente.
Bajé por la calle San Pablo y doblé a la derecha en la calle del Pez y caminé hasta llegar a la librería. Justo al abrir la puerta, detrás de una estantería de libros, se encontraba la autora conversando con un hombre más bajo que ella, y ella es alta. Magalí Etchebarne vestía una blusa negra de encaje y debajo un top negro liso, un pantalón de tiro alto color café, unos botines y una sonrisa verdaderamente amable. Me acerqué al chico encargado para preguntar por la sala donde se tomaría el club de lectura de La vida por delante. Me indicó que bajara las escaleras y al fondo estaría la sala. Es como si entraras a una cava, muy bien podría ser bodega de vinos, y las paredes son de ladrillo. Verdaderamente íntima. Estábamos catorce personas. Esperamos unos minutos mientras que Sara, la que dirigiría el club, acomodaba unas sillas más. Después bajó la autora.
Tímidamente se fue abriendo la conversación entre los que estábamos ahí para hablar de su libro, el más reciente Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve que publica Páginas de Espuma. Primero hubo preguntas más de contexto, sobre cómo fue escribir estos cuentos, cuánto tiempo le había tomado, cómo fue el proceso de presentarlos a la convocatoria del premio y haber recibido la noticia, además del proceso de edición para su publicación. Y después la pregunta: ¿de qué van estos cuentos? Porque vale decir, son cuentos que pareciera que terminan, pero no se resuelven. Cuentos que desarrollan el tema del cuerpo, el tiempo, los dolores (físicos y afectivo), los derroteros por donde la vida lleva a los personajes (y a nosotros lectores, por supuesto) y darse cuenta que es en lo cotidiano donde la resignación se aloja.
Sus cuatro cuentos, que estiran lo más que pueden su extensión, giran en torno a temas que han sido muy tratados (la complejidad entre los vínculos afectivos, el dolor, el amor, la enfermedad) pero me parece que Magalí toma una distancia perfecta y una perspectiva refrescante: sin saturar los cuentos de drama, sabe ubicar el punctum en imágenes muy precisas donde se concentran las emociones y los dolores. Desde el humor y la ironía, juega con esa frase hecha y vacía (en palabras de la autora) que da título al libro para explorar la vida cotidiana de sus personajes: la protagonista del primer cuento que ve a su madre y a las amigas de su madre estrechar sus lazos mientras los maridos se van con mujeres más jóvenes, y que posteriormente cuida con atención, cariño y paciencia a su madre cuando enferma y la escucha contar recuerdos que poco a poco va recuperando, como si una niña pequeña estuviera contando; después está Julia, la protagonista del segundo cuento, que viaja a las cataratas de Iguazú con su amiga Leslie, una autora estadounidense con mucho éxito y de cuyas traducciones castellanas Julia se encarga de trasladar al español argentino. En ese viaje, como una espectadora estoica, Julia observa cómo la vida de su amiga pareciera avanzar sin mucho tropiezo, mientras la suya se fue por caminos que no esperaba. El tercer cuento se enlaza con el primero, de una forma que me parece la más adecuada: para contar desde otro ángulo otra parte de la historia de hija y madre, enlazando otros afectos que parecieran más complicados y que, sin embargo, no lo fueron: dos hermanas de padre se acompañan a despedir las cenizas de la madre de una de ellas. El cuarto cuento es el viaje de una pareja que está atorada en el conflicto, pero cuyo pulso depende de éste. Enfermedad, duelo, pérdidas, amores que toman una forma que no se esperaba… Y sin embargo estos cuentos no tienen como objetivo que los personajes salgan resueltos, libres de sus angustias; tampoco se regocijan en la lástima. Son personajes demorados en situaciones dolorosas… Que tienen, como puede pasarnos a todos, momentos lúcidos y momentos muy oscuros. Uno de los aciertos de Magalí, como dije antes, es concentrar en imágenes muy concretas el peso de un evento, como cuando en la enfermedad y posterior fallecimiento de la madre, todo lo que parecía ser vital pierde su peso: “Junté las cosas de la cómoda, los algodones y las gasas, el agua oxigenada, la cinta adhesiva y unos parches para escaras que había comprado por recomendación de la enfermera, un spray que le plastificaba la piel para impedir nuevas heridas, las cajas de pastillas y las jeringas, y guardé todo en un cajón. No deben haber entendido nada. Tanto tiempo formando esa ciudad sobre la cómoda, edificios de cajas y cajitas, cosas puntiagudas y cruciales, ahora se iban, descubierta su inutilidad, a la tumba de las cosas inútiles”.
En estos cuentos ocurren viajes: viajes con punto de partida y punto de llegada que propician el viaje de la memoria en que los personajes piensan las circunstancias de sus vidas y se piensan a sí mismos, sólo para darse cuenta que la vida sigue llevando la delantera, pero en ella no hay desperdicio, “que la vida tiene profundidad, no es una carrera, tiene niveles, capas, subsuelos. Que uno cree que avanza, pero la mayor parte del tiempo nos estamos corriendo la cola”.