ISIS ABIB AGUILAR SÁNCHEZ
¡Válganme mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo! Suelo llegar tarde a todas partes como el conejo blanco de Alicia, salgo de mi casa agitada y reprochándome por no haber anticipado el tiempo. Sé que el hábito de la impuntualidad es un hábito penoso, sobre todo cuando involucra a terceras personas.
Sin embargo, cuando se trata de llegar puntual a eventos muy importantes me disciplino para cumplirlo, como el otro día que fui aplicadora de exámenes de ingreso a licenciatura. Un examen estandarizado que puede durar hasta cuatro horas y media, tiempo en el que una vez explicadas las indicaciones yo tampoco tenía permitido abrir un libro, usar audífonos ni nada. Todos mis sentidos estaban enfocados en vigilar que la aplicación del examen se celebrará de la manera adecuada, me sentía como los maestros en el vídeo Another brick in the wall. Cuatro horas y media en la que escuché una sinfonía de bostezos, de lápices rellenando los círculos de reactivos y ruidos bucales ocasionados por un banquete de mordedura de uñas; lo único que me entretenía era cuando alguien de vez en cuando me preguntaba la hora.
Al terminar la jornada de trabajo noté que aún alcanzaba el horario de oficina, y aproveché para ir al banco con la intención de cancelar un seguro. Lo tenía contado, tenía exactamente cincuenta minutos para realizar ese trámite, me tardé veinticinco esperando mi turno, otros veinte discutiendo con el ejecutivo sobre la razón del porqué me cobraban un seguro que no solicité y él cantinfleando sobre los motivos del porqué tengo que pagar mínimo tres meses obligatoriamente y a tiempo porque si no se me generarán intereses, los minutos restantes fueron las instrucciones para realizar una queja por vía telefónica. Salí del banco con el celular en la oreja esperando a la contestadora que me dijo “en este momento no podemos atenderle, favor de realizar su solicitud en otro momento.”
Cuando llegué a mi casa me acordé de un tiktok de un hombre que cuenta su experiencia con el sistema de salud mexicano para tramitar la operación de su bebé, él se escapó del trabajo porque le faltaba una firma para ya agendar la operación, pero la persona que le iba a firmar le dijo que antes necesitaba dos sellos, se tardó dos horas esperando turno para conseguir los sellos para que al último se cayera el sistema. Cuando se va dice “Yo no me puedo quedar a vivir ahí, soy un humano y necesito comer. Yo sólo venía por una firma, pero ahora tengo que regresar por dos sellos y una firma, en vez avanzarle retrocedí en el trámite”. Parece un chiste. Lo que me ha hecho preguntarme ¿el tiempo dedicado a actividades no productivas tiene un impacto en la economía? Con economía no me refiero exclusivamente a una representación monetaria, sino a más variables cualitativas que impactan en el desarrollo económico.
Según datos del Consejo de Evaluación de la Ciudad de México (EVALÚA), alrededor el 66.3% de la población en México, que representa 85.3 millones de personas sufre pobreza de tiempo; es decir, no dedican horas del día en actividades de recreación, ocio, descanso, participación política, convivencia familiar, o cualquier otra actividad fuera de la dinámica de producción. Porque una canasta básica no sólo debería de contemplar el precio de la comida, la gasolina o los productos de primera necesidad, también es necesario incluir el costo de los boletos de teatro, cine, conciertos o talleres.
México cuenta con una de las jornadas de trabajo más extensas entre los países de la OCDE y esto no se traduce en productividad laboral. Al contrario, esto ocasiona que los trabajadores estén muy cansados, irritados y que no tengan un desarrollo humano. La pobreza de tiempo afecta en desintegrar el tejido social, desalienta la colectividad y la participación de los ciudadanos en organizarse.
Visualicemos un ejemplo hipotético (aunque no se aleja de la realidad mexicana). Una mujer que se despierta a las cuatro o cinco de la mañana a preparar los desayunos de una familia de seis miembros, tarda cuarenta y cinco minutos en camión para llegar a la maquila en la que trabaja, es el principal ingreso familiar, tiene un horario laboral en el que mínimamente sale a las tres de la tarde, tarda otros cuarenta y cinco minutos en regresar a su casa, tiene que hacer de comer y todo el trabajo del hogar ¿en qué momento va a tener tiempo para sí misma? para hacer ejercicio, para organizarse colectivamente, para realizar alguna manualidad o proyecto personal. Esto se agrava si le inyectamos estrés al caso, por ejemplo, si planteamos que esta mujer sufre alguna injusticia, ¿en qué momento va a poder ir a realizar una denuncia a la Fiscalía o a Derechos Humanos? Es prácticamente imposible.
Según datos de EVALÚA se estima que en zonas urbanas se destina aproximadamente una hora diaria al traslado hacia el trabajo. También se contempla que en las comunidades con carencias de servicios públicos, como agua potable o transporte público, la población debe invertir más tiempo para cubrir sus necesidades básicas. Indudablemente no tener tiempo de descanso tiene un efecto en la salud física y mental, disminuye las probabilidades de ascender en la escala económica y ocasiona una ciudadanía despolitizada.
Creo que una actividad antisistema es no dejar que la rutina impregnada de trámites burocráticos, de ineficiencia del transporte público o la falta de otros servicios básicos, de roles de género y jornadas de trabajo extensas nos arrebate la creatividad y el pensamiento crítico. Me parece revolucionario ver a alguien en el camión leyendo un libro, en la fila del SAT resolviendo un crucigrama o en el horario laboral escuchar las noticias. La creatividad es una habilidad que ayuda a generar nuevas ideas, enfoques y soluciones originales y no convencionales. Esta capacidad hace posible mirar las cosas desde diferentes perspectivas, desafiar supuestos preexistentes y utilizar la imaginación para imaginar realidades distintas.