Poema de las reses
Carne lavada y tendida en los mataderos
que aún se recuerda pastando
en los labrantíos verdes
y aún se la oye rumiar como el rencoroso.
Y así continúa la vida
mientras el carnicero, hombre de los garfios,
cuelga la piel pendular de los metales, en negra pasarela,
y de la vida que escurre
aún a temperatura del cuerpo
podría la ternera venir a mamar de la madre.
Fotografía del Pacífico
El día da comienzo una vez colocados
los perros de agua en torno a la bahía:
detenida la mente sobre el pez
que es todo cuerpo y muerte y alimento.
La vida empieza en torno a una marisma:
las mujeres cansadas que desvían el sol
con el dorso de la mano, la carne severa
sobre los puestos de la plaza negra
y nosotros que esperamos
al cantador de huapangos
que baja del sur hasta el corazón de los hombres.
Otra canción de la ballena
La ballena es una isla efímera.
Alberga sobre el lomo, como un buey de mar, un cayo de pájaros.
Dentro de ella un manglar se refocila y se empobrece en cuestión de segundos cuando salta, da una contorsión y golpea de regreso la piel del mar.
Su corazón es una piedra calcárea que cada tanto vuelve a su punto de ebullición.
Tiene un espiráculo sobre su cabeza igual que un pozo en la colina:
Si el brocal se descoloca, cabe la posibilidad de la luz;
a partir de entonces la luna descubre en el interior a un hombre barbado
con un gorro de papel periódico asando un bagre en torno a una fogata.
El hombre levanta un leño encendido, contra la noche de la ballena, y alumbra sus paladares en cuyos muros está escrita la historia de las estrellas.
Su balada oscura de Silicio es tan antigua como la rotación de la tierra.
Existe otra forma de cantar, pero existe bajo el agua.
En otra vida la ballena fue una nube de tordos, un hombre que murió bajo la espada.
Crónica de la gente que ama los gatos
Pocas cosas sabemos sobre los gatos. Sabemos que su cabeza es del tamaño de una rosa natural y que es similar en peso y volumen al puño cerrado de un niño. Pero también sabemos que el rostro del gato nunca está en un solo sitio.
Mientras permanece adormecido en las manos de Grecia, mi hija, también está en el árbol de una vida pasada, bebe leche de almendras en una casa en Estambul, cruza a los vagabundos a la otra orilla del Leteo, devuelve con una arcada una bola de cabellos o está donde alguien cincela su rostro para la tumba de un rey.
: Nota fechada en 1990
de niño tuve un perro / siniestro y por la noche / a la luz de la luna / cambiaba el color de su pelo. / Yo lo miraba con rencor / respirar en su sueño maligno. / De niño tuve un perro criado por vagabundos. / Le acerqué la comida una mañana / y aquella mañana de una dentellada / me dejó enterrado en la palma de la mano / un pequeño maxilar sucio y maloliente. / Pensaba en apedrearlo y apedrear a mi padre / que pagó por su paladar oscuro / —supuesta indicación de buena raza— / una noche de borrachos. / Tuve un perro a los 6 años. / Pensaba en él cuando llovía: / su pequeña casa de madera bajo el trueno. / Una noche mi padre lo llevó en su automóvil, / lejos, donde su olfato se perdiera / con los mercados y la sombra, / pero esa noche continuó corriendo / tras de nosotros, y aún continúa / —¿Verdad, padre?— / corriendo y se cansa y vuelve a perder / estatura en la distancia / hasta desaparecer de nuevo.