Por Ezequiel Carlos Campos
En ocasiones descubrimos historias que nos remiten a ciertos momentos de nuestra vida. En este caso específico sucedió en mi lectura de “Todo lo que amas se te arrebatará”, de Stephen King, incluido en Todo es eventual. Este cuento narra un día en la vida de Alfred Zimmer, un experimentado vendedor de casi todo, que en la actualidad lo hace con platos congelados, según se nos dice. Llega al Motel 6 en la interestatal 80, a poca distancia entre el oeste de Lincoln, Nebraska, para suicidarse. En el texto descubrimos que Alfie es un animado coleccionista de frases poéticas intencionales en los servicios de los baños, de restaurantes, en los servicios de mapas de las carreteras del Medio Oeste y grabadas en las señalizaciones de las carreteras. No sabía cómo empezó a hacerlo, pero comenzó a apuntarlas en un cuaderno. Aquellas frases le parecían “graciosas, desconcertantes o ambas cosas”, y llegó a obsesionarse con ellas, que incluso supo que todas ellas tenían un significado. Llegó, también, a analizar su semántica, su sintaxis, si eran endecasílabos, si rimaban, si eran pentámetros yámbicos, cuántas sílabas tenían. En el momento en que piensa suicidarse anota dos frases que encontró juntas —un hallazgo importante, ya que durante todos esos años de coleccionismo por todos sus viajes como vendedor por el territorio había ocasiones, miles de kilómetros, que no encontraba nada— y el narrador de la historia hace todo el recuento de sus pesquisas. Éste cuenta que Alfie tuvo la idea de realizar un pequeño libro, contando que en las carreteras sucedía algo, un intercambio lingüístico y poético entre los ciudadanos, quizá códigos que un puñado de gente sólo podía descifrar y crear.
Me gustaría agregar algo más: en la mayoría de colecciones de relatos de King hay párrafos al final de los textos donde cuenta cómo surgió la historia. Según él, a sus Lectores Constantes les gusta descubrir cómo llegó a encontrar el germen literario, cómo, cuándo y en qué momento se le ocurrió. Sobre éste, King relata que él también descubrió muchos mensajes en los lavabos de las áreas de descanso en sus viajes por carretera y, así como su personaje, empezó a escribirlos en un cuaderno y encontró la historia que los iba a acompañar. Al lector interesado en saber cómo termina la historia, lo invito a leerla.
A lo que voy con todo esto es que yo también fui un coleccionador de mensajes, principalmente obscenos, encontrados en los asientos de los autobuses. En mis viajes a la escuela, más allá de escuchar música y estar atento a quién me encontraba en el recorrido, disfrutaba mucho descubrir esas pintas groseras, amorosas, sexuales o esperanzadoras. Al igual que King y Zimmer nunca supe cómo surgió esa obsesión, sólo buscaba, descubría y apuntaba en mi teléfono —para no olvidarlo— y después en limpio en un cuaderno que todavía tengo —y que justo ahora hojeo—. No es necesario rescribirlos aquí, ya que todos sabemos qué tipo de palabras, números y dibujos son. Esta pasión por los poetas intencionales hizo surgir otro nuevo sentimiento, el de complementar sus palabras en algo más formal. Mi idea era hacer poemas retomando las frases, citándolas, y hacer un libro —como Zimmer— de poemas con la filosofía social cotidiana encontrada en las pintas de los autobuses o también en las calles, en los baños públicos. Esto no lo he contado a nadie, pero alguna vez realicé un proyecto para obtener un estímulo a la creación con esta idea, pero no lo gané. Supongo que no fue suficiente, ya que estos poetas intencionales no han de ser bien vistos por la academia o la institución cultural. Si alguien hace un proyecto similar, gana alguna beca, premio o publicación ya tendrá algunos referentes previos, ya que los poetas intencionales abunda(mos)n en las calles.