J. LUIS CARVAJAL
Una característica recurrente de la poesía postlopezvelardeana es su escasa simpatía por el dogma católico. Este rasgo lo aparta del catolicismo liberal que practicaba Ramón López Velarde (una devoción paradójica porque no ocultaba su simpatía hacia el pecado y el paganismo). Al revés de algunos autores lopezvelardeanos, como Veremundo Carrillo o Roberto Cabral del Hoyo, gran parte de la poesía escrita en Zacatecas ha cuestionado la pertinencia de la fe católica (como lo manifiesta el misticismo siniestro de Alberto Avendaño o el agnosticismo orientalista de Javier Acosta, por ejemplo). Aun así, no recuerdo haber leído un libro tan blasfemo y antibíblico como Y el verbo se hizo polvo (Policromía, Zacatecas 2016), escrito por David Castañeda Álvarez.
Si el Evangelio de San Juan sostiene que “en el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios”, Castañeda Álvarez añade que ese Verbo es polvo, es decir, erosión, sed, desierto, muerte. Como paráfrasis poética de los mitos que narran el origen y el fin del tiempo (desde el Génesis y el Éxodo hasta las Plagas y el Apocalipsis), este poemario muestra cómo el mito judeocristiano encarna en la realidad inmediata: en su geografía, en su paisaje, en su gente y en su tiempo. El resultado es abismal, portentoso casi. En vez de formular una alabanza a Dios y a las maravillas de la creación, Castañeda Álvarez manifiesta una severa crítica a las presuntas virtudes del Creador. “Dios creó a la mujer, / la vio caminar sola / en medio de las fieras. / Entonces Dios pensó / en un compañero / que la protegiera / y Dios creó al hombre. / El hombre encerró / a la mujer / y fue peor que una fiera. / Y vio Dios que eso / no era / bueno / pero así dejó las cosas”.
Pero Dios no es sólo indolente al dolor de sus creaturas. Cuando estas construyen casas, se multiplican y cultivan las montañas, “Todo estaba bien, / todos estaban felices, / y vio Dios que eso / no era bueno”. Al parecer, la felicidad ofende al Creador porque la gente feliz tiende a olvidarse de él. En cambio, cuando la gente sufre, su fe se fortalece con el temor: “Se murió Juan Pablo, / nadie supo cómo, / luego Sandra se ahogó en el pozo, / luego Manuelito se disparó en el pecho. / Todos comenzaron a temer / y oraban a Dios misericordia, / entonces Dios los escuchó / y vio que eso / era / bueno”. Esta crítica a la idea judeocristiana de Dios se extiende también a la humanidad. No es difícil reconocer a Caín y a Abel en cualquier par de hermanos que se pelean en un bar, o ver a los migrantes ilegales como peregrinos, condenados al éxodo, que atraviesan el desierto porque “De qué vamos a vivir aquí. / Hay que salir /…/ Debemos irnos. / Dios es nuestro guía, /la fe nos dará tortillas”.
Con imágenes implacables y analogías poderosas, los poemas de Castañeda Álvarez se suceden sin mermar su intensidad. Y el verbo se hizo polvo es un libro que estremece por la contenida rabia de sus lamentos. La existencia es colorida, pero absurda; la vida es terca, pero atroz; la gente es divertida, pero cruel. “Hay la angustia de tener que comer y no tener qué comer […] Hay cadáveres y calaveritas de azúcar en noviembre. Hay demonios rondando la casa. […] Ay vida y muerte. Ay torbellino de polvo que nos acoges […] Ay polvo que he sido. Ay polvo que seré”, concluye el poeta, libre de Dios, ebrio de desamparo.