ENRIQUE GARRIDO
Sucedió en un trayecto en autobús. Recuerdo que venía de la universidad conversando con un libro, con un autor. Como siempre, minimizaba el ruido externo mediante audífonos, un estudiante de Humanidades promedio. Metido en un universo construido a partir de palabras, de metáforas e ideas que me llevaba a vivir situaciones que solamente la literatura puede hacerte vivir. Como decía Cortázar, con la literatura un autobús puede convertirse en un coliseo romano. Lamentablemente, este reino de imaginación no es impenetrable. A todos los que hemos viajado en trasporte público nos ha tocado que un grupo de jóvenes, adolescentes, en su mayoría, lo aborden mientras bromean entre ellos, como decimos en el barrio, se echaban carrilla. Así, ubicados en la parte posterior, las bromas se tornaban cada vez más inocentes, más sencillas y más ruidosas. ¿Alteró un poco mi estado de ensoñación? Quizá, pero coexisto con este tipo de interrupciones.
No tengo el presupuesto para poder pagar por una zona exclusiva para leer. Soy un lector de carretera que tiene que sopesar este tipo de situaciones. Muchos de los que leen esto quizás lo hagan en un transporte público o en un lugar con ruido. No tenemos unos parpados de los oídos. En fin, esos chicos continuaban con su comunión de amigos, su ceremonia de integración, cuando un hombre, un señor por decirlo de alguna manera, se levanta, voltea a verlos y los increpa con un grito ensordecedor: “¡Ya cállense, cabrones! Sólo están diciendo pura pendejada y no se les escucha nada inteligente, además de que están haciendo un chingo de ruido. De verdad, ustedes son unos idiotas”. Silencio absoluto. Si fuera una película se iría a negros, pero no, en su lugar, lo chicos enfocaron sus burlas al defensor de la razón y el silencio hasta que lo obligaron a bajar de la unidad.
Esta anécdota siempre me ha parecido una metáfora perfecta de lo que sucede en redes sociales y en general en la comunicación hoy en día, donde la gente se grita a través de un monitor. En recientes fechas hubo un caso que llamó la atención de los titulares periodísticos. Un personaje mediático, cualidad que no lo hace mejor, que responde al apelativo de “el Temach” fue cancelado de Canal 22 porque promueve un discurso de misoginia y machismo. El programa donde aparecería se canceló y todos los defensores de los buenos valores celebraron que detuvieron la propagación de ideas caducas. De esta forma salvaron a los pocos espectadores de la televisión cultural en México, poco importa que haga otros videos con millones de vistas, era impensable perder la tribuna de canal 22, aunque no la veamos.
Ahora bien, llama la atención la aparente apertura al diálogo de este sujeto, lo que hace que este caso adquiera cierta complejidad, pues se ha mostrado abierto a debatir sus ideas en entornos poco favorables. No comparto nada de su discurso, pero es digno de mencionar que, frente a este escenario, quienes quedan como intolerantes son sus detractores. ¿Por qué? Porque existe la capacidad de dialogar con él, de escucharlo. Personalmente me gustaría saber cómo llegó a estas ideas, a esta especie de sabiduría de supermercado donde disminuye a las personas a niveles simplistas de comportamiento instintivo, en seres unidimensionales que no ven más allá en las relaciones. Considero que este tipo de cosas son las que deberían de cuestionársele, exhibirlo en su ignorancia, pero no se hace y así su discurso adquiere más fuerza.
Al igual que aquel señor vetó a unos chicos divirtiéndose, así un grupo de la sociedad está vetando un discurso, pero sin percatarse que, al igual que con los chicos, el discurso se hace más fuerte, incluso más violento. Quizás esto debería darnos para la reflexión, no tenerles miedo a las ideas diferentes, incluso aunque las consideremos irracionales. Lo importante será cuestionarlas y, si es su caso, exhibirlas, pero en un contexto donde se prepondere el diálogo.